2 claves para educar: Tiempo para pensar y espacio para equivocarse

miércoles, 5 de noviembre de 2025


Estamos viviendo una de las paradojas más crueles de la educación moderna: la obsesión por la sobreprotección y la seguridad absoluta nos está llevando a una gran renuncia. Renunciamos a lo esencial de educar: el tiempo para pensar y el espacio para cometer errores.


Estoy convencido de que debemos cuestionarnos esta práctica que, bajo la apariencia de cuidado y atención, es en realidad un acto de profunda injusticia educativa. Padres y docentes, con la mejor de las intenciones, hemos caído en la trampa de la sobreprotección crónica.


La tiranía de la prisa y la solución fácil


Observa a tu alrededor. ¿Cuántos minutos de la vida de un niño o adolescente quedan libres de una actividad programada, una tarea dirigida o una pantalla? Hemos llenado cada hueco, cada instante de posible aburrimiento o reflexión, con estímulos y obligaciones. Y lo hacemos por una razón perversa: la prisa. Queremos que "acaben antes y mejor".


Pero, ¿acabar qué? ¿Y mejor para quién?


Cuando les damos la solución a sus problemas antes de que pregunten, cuando hacemos las cosas por ellos para evitarles la frustración de un mal resultado, no estamos educando; estamos instalando un “software” de dependencia en su mente. Estamos enviando un mensaje claro y demoledor: "No eres capaz de resolver esto por ti mismo. Tu error es un fracaso, no una oportunidad."


La sobreprotección ha escalado a niveles que rozan lo absurdo. Estos días, las redes sociales se llenado de carteles que prohíben a los padres pedir tutorías o reclamar notas de examen por sus hijos... ¡en la UNIVERSIDAD! Este no es un caso aislado; es el síntoma de una generación a la que se le ha negado sistemáticamente el derecho a enfrentarse a la vida. Hemos creado una burbuja de cristal que, al primer roce con la realidad, estallará en mil pedazos de inseguridad e incompetencia.


Educar no es llenar una caja vacía


La verdadera educación no tiene que ver con llenar una caja vacía con todos los instrumentos que tenemos a nuestro alcance. Esa es la lógica de la instrucción, de la mera transmisión de datos.


Educar, en su sentido más profundo, es sembrar semillas. Es crear las condiciones adecuadas —el tiempo, el espacio, la calma— para que, con el tiempo, crezcan ideas, conceptos, aprendizajes y habilidades. Es un acto de fe en el potencial del otro, no un ejercicio de control.


Si el propósito de la educación no es que cada estudiante alcance su máximo potencial, estamos cometiendo un acto de injusticia sin parangón. Y el máximo potencial no se alcanza con un horario saturado y haciendo sus tareas, sino con una mente abierta y tiempo para procesar, para aplicar destreza de pensamiento.


El derecho a aburrirse y a equivocarse


El aburrimiento es el caldo de cultivo de la creatividad y la reflexión. Es en ese vacío aparente donde la mente se reorganiza, donde se formulan las preguntas importantes y donde nacen las ideas genuinas. Al negarles el aburrimiento, les negamos la oportunidad de conocerse a sí mismos y de desarrollar la autonomía intelectual.


Y el error. El error es el motor del aprendizaje. Si evitamos que se equivoquen, les robamos la lección más valiosa: la resiliencia, la capacidad de levantarse y la comprensión profunda de por qué algo no funciona.


A docentes y familias:


Dejemos de ser los "solucionadores" y convirtámonos en los "provocadores".

Provocar la pregunta, no dar la respuesta.

Provocar el reto, no allanar el camino.

Provocar la pausa, no llenar el silencio.


Es hora de devolver a nuestros hijos y alumnos el tiempo y el espacio que necesitan. Es hora de que piensen por sí mismos y se equivoquen sin miedo. Solo así, enfrentándose a los retos de la vida, la educación dejará de ser una simulación y se convertirá en la herramienta de transformación que siempre debió ser.


¿Estamos dispuestos a asumir el reto de verlos fallar para que puedan aprender a triunfar en la vida?

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