Angustia docente: educar sin certeza

lunes, 25 de enero de 2016
Creo que no somos conscientes de estar educando a generaciones a las que no podemos asegurarles un futuro mejor que el nuestro. No podemos asegurarles un empleo fijo (una profesión para toda la vida) ni, en consecuencia, una estabilidad económica, ni un medio ambiente y un clima estables, ni tan siquiera podemos garantizar su seguridad ante ataques terroristas.

Por ello es tan importante proporcionarles la mejor educación que esté en nuestras manos, sin excusas, sin pretextos, sin miedos. Debemos ofrecerles una educación que les permita aprender autónomamente a lo largo de toda la vida, para que sean capaces de adaptarse a los retos y a los problemas a los que deberán enfrentarse.

Vivimos en la época de mayor cantidad de información de la historia, pero también en la de mayor incertidumbre. Durante mucho tiempo, cuando se educaba a un niño se tenía la certeza de que lo que se le estaba transmitiendo era un conocimiento fiable, seguro y perdurable, no había posibilidad de error, se les enseñaba con el convencimiento de que lo que aprendían era para todo la vida, era para siempre. Eso otorgaba a los docentes una gran autoridad social y les permitía ejercer su labor con gran seguridad y tranquilidad.

El problema de la educación actual es que aunque en nuestro mundo ya no hay certezas sino interrogantes, la pedagogía, los sistemas educativos, la formación del profesorado... están diseñados y pensados para un mundo que ya no existe.

Esa paradoja causa una sensación de angustia entre los docentes, que se manifiesta en dudas, inseguridad, desánimo, desasosiego... Ante esta situación muchos optan por el conservadurismo, por mantener la tradición (siempre se ha hecho así es un frase que duele). Como consecuencia de ello, los alumnos salen de la escuela antes de tiempo por falta de interés, o bien, permanecen en ella sin llegar a adquirir los conocimientos, las habilidades y las destrezas necesarias para la vida.

Afortunadamente, otros muchos optan por innovar, por adaptar sus prácticas educativas a las necesidades reales de los alumnos del siglo XXI. Como consecuencia de ello, el paradigma educativo se está transformando y muchos alumnos reciben una educación que les permite ser creativos, críticos, emprendedores, colaboradores y, sobre todo, personas con capacidad de aprendizaje continuo.

Todos y cada una de las personas que se dedican al noble arte de educar deben optar por una de estas dos opciones; la primera solo conduce al fracaso, la segunda posibilita el éxito. ¿Cuál es tu opción?

El docente como camaleón: adaptarse a las circunstancias

domingo, 17 de enero de 2016
"El buen profesor no nace, se hace." José Antonio Marina

Para muchos de nosotros, el camaleón es un animal curioso por su capacidad para cambiar el color de la piel, adaptándose al entorno. A pesar de lo que habitualmente se piensa, los camaleones no cambian de color para camuflarse sino para encontrar pareja y para amedrentar a otros animales ante posibles conflictos, es decir, para alcanzar objetivos vitales de gran importancia.

Esta habilidad del camaleón de estar presente en un entorno sin ser visto es especialmente interesante para los docentes. Tradicionalmente las aulas de las escuelas estaban diseñadas para facilitar la visibilidad del profesor, para que fuera el centro de todas las miradas. Eso le permitía mantener la disciplina y ser el garante de la transmisión del saber.

Pero en la escuela actual, el papel del docente es otro y ya no necesita ser el centro de atención, sino todo lo contrario, su propósito es estar presente y tener la capacidad de pasar inadvertido cuando así lo considere oportuno, para permitir que sus alumnos sean los constructores de su aprendizaje. El docente ya no es el transmisor del saber sino el posibilitador del aprendizaje.

La relación enseñante/estudiante se ha entendido como una relación entre opuestos, como un conflicto, cuando en realidad el verdadero aprendizaje se produce en el encuentro entre ambos.

El "docente camaleón" es el maestro del siglo XXI: es capaz de adaptarse a las circunstancias del aula, a las necesidades e intereses de cada uno de sus alumnos, a la realidad del mundo y la sociedad...

La diversidad y la diferencia en el aula no es la excepción, como se ha considerado habitualmente, sino que es la norma. Por tanto, la personalización del proceso de enseñanza/aprendizaje es una necesidad imperiosa.

Tenemos tendencia a considerar la figura del docente como algo único e inalterable, como si siempre tuviera de comportarse y actuar de la misma manera en el aula. Pero eso no es así, la figura del docente es múltiple, es flexible, es adaptable. El docente en su aula debe presentar diversas actitudes y comportamientos. En ocasiones debe desaparecer; otras, debe sorprender. A veces debe preguntar; otras, responder. A veces debe provocar; otras, sugerir.

Para transmitir a sus alumnos, un docente debe hacerles pensar, experimentar, recordar... pero también reír, llorar, sentir... ese el único camino para que alcancen un aprendizaje significativo que les servirá para tener una vida más plena. Y eso solo se consigue con más y mejor formación docente.
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Hoy es un día perfecto para aprender

domingo, 10 de enero de 2016
Francesco Tonucci explica la anécdota de un niño de 6 años de Bogotá que le dice a su madre: "Mamá yo quiero ir a la escuela un día a la semana, porque en ese día puedo aprender todo lo que me enseñan, y los otros me hacen falta para jugar".

A pesar de que sabemos que, en la escuela actual, los alumnos solo consiguen asimilar una pequeñísima parte de todo lo que se enseña, muchos se empeñan en no cambiar nada, en seguir haciendo siempre lo mismo. Los intereses de los alumnos y los intereses de la escuela están tan alejados que ir al colegio se percibe como una obligación y un aburrimiento en lugar de vivirse como un privilegio, como una oportunidad para tener una vida más plena y feliz.

Es curioso que aceptemos con toda la naturalidad del mundo que las mochilas de los niños que empiezan la escuela estén cargadas de sueños, de ilusión, de creatividad, de curiosidad, de una sed insaciable por aprender... pero que, con el paso del tiempo, esas mochilas acaban siendo muy pesadas y están solo cargadas de libros y cuadernos; lo cual no es una cosa mala si los libros y los cuadernos se utilizaran para aprender y no exclusivamente para aprobar exámenes.

Deberíamos empezar cada jornada escolar con la actitud y el convencimiento de que "hoy es un día perfecto para aprender". Pero ese aprendizaje debe servir para dominar las matemáticas, la física. la literatura, el arte... pero no para repetir conceptos de forma mecánica sino para comprenderlos y ser capaces de aplicarlos.

Cuando un alumno adquiere un nuevo conocimiento debería ser siempre capaz de dar respuesta a esta pregunta: "¿Y qué?" Es decir, cómo y para qué puedo utilizar eso que he aprendido, cómo puede hacerme más feliz, más autónomo, mejor persona...

Hace unos días Joselu, autor del blog Profesor en la Secundaria, escribía un comentario a uno de mis post en el que decía: "Se puede aprender con mucho corazón pero a la hora de la verdad hay que memorizar, retener, asimilar, hacer esquemas, mapas conceptuales, estudiar ... La información es ubicua, es cierto, pero un profesor bueno ayuda a seleccionar, a establecer criterios, delimitar conceptos, a formar mentes predispuestas al conocimiento en este caso científico".

Aprender siempre requiere de un cierto esfuerzo y es necesario memorizar, retener... pero esto solo tiene sentido si es significativo para el alumno, si lo hace para algo más que para sacar buena nota (aunque si lo hace, mejor), si lo hace para que le sirva para hacerle más feliz (sea en el sentido que sea).
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Enseñar es imposible... afortunadamente

domingo, 3 de enero de 2016
"Enseñar es imposible... y esto abre posibilidades sin precedentes." Elizabeth Ellsworth

Photo credit: BC Gov Photos via Foter.com / CC BY-NC-SA
La escuela nos da conocimientos pero no habilidades y destrezas para aplicarlos a la vida. Así ha sido durante mucho tiempo y así será hasta que nos decidamos a cambiar, de una vez por todas, el paradigma educativo imperante.

El conocimiento ya no es una posesión del docente, ni tan siquiera de la escuela, el conocimiento está en todo lo que nos rodea, es fácil y rápido acceder a él. La información está disponible en todo momento y en todo lugar y se actualiza permanentemente. Por ello, la escuela tiene la imperiosa necesidad de transformarse y dejar de ser una "asesina de pasiones" para convertirse en un espacio donde despertar la curiosidad, fomentar la creatividad, identificar y controlar las emociones, trabajar colaborativamente y prepararse para la vida y para ser feliz.

Enseñar no es rutina, repetición y recitación (las 3 R) sino que es creatividad, colaboración y corazón (las 3 C). Por eso, la educación que se proponga en nuestros centros educativos debe partir del impulso natural por aprender que tenemos las personas y debe dejar de lado la recitación memorística de datos. Debe ser una enseñanza que permita a las personas desarrollar todo su potencial, que les permita vivir autónomamente (incluido en lo económico), que les posibilite seguir aprendiendo durante toda la vida. Las personas aprendemos desde la cuna hasta la tumba y el aprendizaje es el que permite alcanzar la felicidad (o los momentos de felicidad) que es lo que da sentido a nuestra existencia.

Para poder enseñar aplicando las 3 C, hay que entender que, como dice María Acaso, lo que los profesores enseñan no es lo que los alumnos aprenden. Para que la enseñanza tenga sentido, el docente debe preguntarse en todo momento ¿A quién estoy educando? Es una obligación para cualquier docente conocer a sus alumnos, pero esa también es una misión imposible: el alumno no siempre es exactamente como lo percibe el docente. Por eso, la educación es un diálogo y no un monólogo. El aprendizaje significativo, aquel que tendrá una incidencia real en la vida de los alumnos, solo puede alcanzarse dialogando.

Dialogando docentes con alumnos, alumnos con alumnos, docentes con docentes, docentes con familias... todos debemos participar de la construcción del aprendizaje. El docente debe asegurar que los cimientos sean sólidos, pero para edificar el saber deben participar todos los implicados.

Enseñar es imposible, por eso aprender es la clave de la educación de nuestros alumnos.


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