La escuela salvaje: aprender en la era de la información

domingo, 24 de abril de 2016
"Internet aporta ahora una gigantesca mezcla cultural de saberes, rumores y creencias de todo tipo, una especie de escuela salvaje que prescinde de la escuela oficial y en la que se están informando y formando las nuevas generaciones." Edgar Morin

Manuel Castells, una de las personas que mejor conoce las características de la era de la información, afirma que "Como sucede con cualquier cambio tecnológico transcendental, los individuos, las empresas y las instituciones que lo experimentan se sienten abrumados por él, debido a que desconocen cuáles serán sus efectos."
Godzilla. Foto by Tom Simpson 
https://www.flickr.com/photos/randar/17622123675

Internet ha entrado en el mundo de la educación como una especie de Godzilla, que amenaza con arrasarlo todo. Para algunos, Internet (y todo lo que conlleva) se concibe como una especie de monstruo mutante que amenaza con acabar con todo lo establecido y que les pone en grave peligro.

Ante el miedo que les provoca, muchos son los que pretenden seguir enseñando como siempre, como si nada hubiera cambiado. Pero estas son personas que viven en un mundo que no comprenden. No podemos seguir educando a nuestros niños y jóvenes como lo hacíamos 50 años atrás. El mundo ha cambiado, por tanto, la educación también debe cambiar.
Durante mucho tiempo hemos llamado educación informal a todo aquello que enseña contenidos, valores, hábitos y destrezas fuera de las instituciones creadas para ello. Actualmente creo que deberíamos empezar a denominarla educación salvaje, ya que la información es tanta y se puede acceder a ella con tanta facilidad que es casi imposible dominarla ni controlarla, lo que puede provocar una sensación de estar sumidos en el caos.

Una de las características más significativas de Internet es que es libre e incontrolable. La red se puede vigilar pero no se puede controlar. Por eso, la incorporación de Internet en la escuela convierte al docente en una especie de jardinero, que debe procurar a sus alumnos las mejores condiciones para que estos se desarrollen, procurando en todo momento regar los conocimientos que deben adquirir y dotándolos de las herramientas necesarias para discernir entre las informaciones válidas y aquellas que no lo son. Así cada alumno y cada alumna llegará a ser un hermoso y único jardín.

Aunque con la aparición de la radio y de la televisión pareció que se iba a producir un cambio radical, se puede afirmar que nunca antes la educación formal, la institución escolar en concreto, ha tenido que enfrentarse con algo que tuviera un impacto tan grande en sus fundamentos y en su estructura. Luchar contra todo lo que conlleva la aparición de Internet es inútil, supone un gasto de energía baldío. Hay que aceptar el nuevo escenario y asimilarlo como algo habitual en nuestras vidas para sacar provecho de lo que nos aporta y aprovechar sus ventajas.

Internet ya está presente en casi todas las cosas (automóviles, televisores, teléfonos, neveras...) y forma parte de la vida cotidiana de los niños y jóvenes a través de 
redes sociales, chats, juegos... Por ello, nuestros alumnos asisten atónitos a que una parte tan importante de su identidad como personas quede fuera de la institución escolar y no entienden a una institución a la que perciben como anacrónica y, tristemente, en ocasiones inútil. Como consecuencia de esto, quedan a merced de esa "escuela salvaje" que les aporta una inmensa cantidad de información no siempre válida ni adecuada sin disponer de las herramientas que les permitan validar o refutar la información que reciben. Y eso es algo que como educadores no podemos permitir que suceda.

Si los niños pudieran jugar más...

domingo, 17 de abril de 2016

Carl Honoré, en su libro de recomendable lectura Bajo presión, transcribe la siguiente cita de Nigel Cumberland, experto en coaching ejecutivo y formación del liderazgo:

"Si los pequeños pudieran jugar más, habría mejores ingenieros, mejores directivos y más inspiración en el lugar de trabajo. Si se le niega a un bebé o a un niño de entre uno y dos años la oportunidad de jugar, y después se le lleva al jardín de infancia, donde compite y se le juzga en todo momento, nace el miedo, y esto crea una falta de disposición a asumir riesgos. El resultado, adultos aburridos."


En edades tempranas, el juego nunca es una pérdida de tiempo, ni un simple entretenimiento. El juego, además de facilitar el desarrollo de las capacidades motoras, es un acto fundamental para la formación de habilidades y destrezas, para la adquisición de valores, para el desarrollo de la inteligencia racional y la inteligencia emocional. Con el juego, los niños y las niñas experimentan, comparten, pierden, ganan, aprenden a anticiparse, a concentrarse, a ser imaginativos, a ser creativos, a ser curiosos. Todos estos aprendizajes son esenciales para el futuro desarrollo de la personalidad y para una adecuada adquisición del aprendizaje.

Aprender no siempre es fácil ni cómodo, enseñar tampoco. Pero, a veces, tengo la sensación de que no empeñamos en hacerlo aún más difícil y más incómodo. En los primeros años de escolarización permitimos que el juego forme parte del proceso de aprendizaje de los alumnos, pero conforme pasan los años desterramos el juego como recurso educativo. Lo mismo sucede en el ámbito familiar, conforme pasan los años dejamos cada vez menos tiempo para el juego llenando la agenda de los niños y las niñas de actividades extraescolares formativa, que son una extensión de las actividades académicas y buscan alcanzar el mejor expediente posible, no el disfrute ni el gozo.

No me cansaré de repetir que todo aprendizaje requiere de un esfuerzo, pero que no debemos confundir constancia y perseverancia con sacrificio y sufrimiento. Aplicar a la educación los principios de la gamificación puede ayudar a conseguir la motivación necesaria para ayudar a que los alumnos se motiven y disfruten mientras se esfuerzan aprendiendo (y los docentes enseñando).

Hay un concepto psicológico que nos puede ayudar a entender esto: el flujo. Es el estado mental en el que una persona está completamente inmersa en la realización de una tarea con total implicación, absoluta concentración para alcanzar su consecución con éxito. En esas situaciones la actividad por sí misma es gratificante, el tiempo parece ir más deprisa y la motivación se retroalimenta al ir aprendiendo de los errores para alcanzar el objetivo deseado.

Si consiguiéramos que las actividades que planteamos en la escuela llevan a los alumnos a ese estado de flujo, acabaríamos de una vez con la maldita expresión "codos y más codos para aprender". Si los niños jugaran más, aprenderían más y mejor.
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De una educación aburrida a una educación emocionante

domingo, 10 de abril de 2016
Foto de Alex Fuentes (https://www.flickr.com/photos/alexcampro/4225312382)
Todos conocemos a algún niño o niña que tiene problemas de aprendizaje y/o adaptación en la escuela: suspende, no participa en las tareas de clase, presenta falta de atención y concentración e, incluso, puede que muestre algún problema de disciplina. Pero ese mismo niño o niña es capaz de reconocer, por ejemplo, la marca y el modelo de cualquier coche que ve por la calle explicando las características de su motor y su precio en el mercado o de cantar todas las canciones de sus grupos musicales favoritos sin dejarse ni una sola palabra de la letra, aunque sea en una lengua extranjera (¡he visto adolescentes cantando en japonés y en coreano!).

En casos como los descritos es evidente que estos niños y niñas no presentan ningún problema de aprendizaje, se trata de una cuestión de motivación. ¿Qué podemos hacer entonces para que los alumnos estén motivados?

Algunos, como Alberto Royo, afirman que los alumnos deben venir motivados de casa y que deben buscar la motivación en la consecución de unos méritos personales que les sitúen en un lugar predominante ante sus rivales/compañeros de clase para optar a mejores universidades o mejores empleos... Desafortunadamente, la meritocracia acaba llevando a la educación a una simple búsqueda de resultados, de mejores calificaciones, de un expediente académico brillante, donde lo importante no es saber sino ser el mejor.

Pero, en mi opinión. la educación es otra cosa. Educar es guiar, retar, desafiar, provocar; y aprender es conocer, comprender, aplicar y crear. Los estudiantes deben explorar las ideas, comprender los conceptos y saber explicarlos y aplicarlos más allá de la memorización a corto plazo, tan efectiva para aprobar los exámenes con los que se suele evaluar en muchos de nuestros centros educativos. Por ese motivo, es la escuela la que debe motivar a los alumnos adaptando su manera de transmitir los conocimientos a sus intereses y a sus necesidades reales, mostrándoles la utilidad y el sentido de aquello que están aprendiendo.

Pero, ¡cuidado! Eso no significa en absoluto que solo deban aprender lo que quieran, lo que les apetezca. Todo lo contrario... el nivel de exigencia a la hora trabajar los contenidos propios de las diferentes materias debe ser alto, muy alto. Se trata de cambiar la metodología de enseñanza/aprendizaje para obtener el mejor aprendizaje posible.

Ya está bien de potenciar el falso debate de que si personalizamos la enseñanza, de que si introducimos en las aulas la educación emocional, el desarrollo de competencias y habilidades no cognitivas, la consecuencia es un descenso en el nivel de exigencia en cuanto al aprendizaje de conceptos y contenidos, en la disciplina y en la capacidad de esfuerzo de los alumnos. La propuesta de incorporar todos estos aspectos en nuestras escuelas tiene como objetivo que nuestros alumnos aprendan más y mejor. La escuela no es solo un lugar de adquisición de conocimiento, es también un espacio de preparación para la vida.

Se trata de enseñar a pensar, de que además de solucionar problemas, aprendan a plantearlos; de que entiendan que lo que están aprendiendo tiene un sentido... Los niños que aprenden a pensar son adultos críticos y participativos.

¡Sin excusas!, tenemos que pasar de una educación aburrida y sin sentido a una educación emocionante y significativa. No se trata de negar la importancia de la memoria, no hay aprendizaje sin memorización, se trata transformar una escuela basada en la evaluación de la memoria a corto plazo en una escuela basada en el aprendizaje.
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El futuro de la educación no está en estandarizar sino en personalizar

domingo, 3 de abril de 2016
"El dejar ver a un niño que te tomas su pasión en serio y quieres tomar parte en ella es el catalizador más poderoso del mundo." Kristine Barnett: La chispa.

Foto de Manuel Martín Vicente bajo licencia Creative Commons.
Probablemente os habréis dado cuenta de que he tomado prestado el título del post de una frase de Escuelas Creativas de Ken Robinson, ya que lo que comentaré a continuación está inspirado en buena medida en su forma de entender la educación.

Todas las personas somos distintas, nos motivan cosas muy diversas, nos emocionan cosas muy dispares. Algunos disfrutamos hablando y pensando sobre educación, otros se emocionan con una competición deportiva o con una buena obra de teatro. Hay personas que se enfervorizan resolviendo un problema matemático y personas que se conmueven con los versos de un poema. También hay personas que levantan edificios y otras que prefieren construir castillos en el aire.

Todos tenemos algo que nos apasiona, que mueve nuestra existencia, que nos incita a actuar, que nos anima a levantarnos si caemos, a volver a intentarlo si fracasamos. Por eso, si queremos que la educación cumpla de manera eficaz y exitosa con su función, debemos descubrir cuál es ese "elemento", en palabras de Ken Robinson; cuál es esa "chispa", que así es como la denomina Kristine Barnett en un libro que recientemente se ha publicado en castellano y cuya lectura recomiendo vehementemente.

Cada día estoy más convencido de que es absurdo (e ineficaz) enseñar a todo el mundo de la misma forma. No existe un modelo único de educación, igual que no existe un único tipo de persona. La educación no debe dirigirse a un "yo colectivo" sino a un "yo individual", es decir, debemos adaptar nuestra forma de enseñar a las características, habilidades, destrezas e intereses de cada uno de nuestros alumnos.

Por eso, creo que esa tendencia de estandarizar la educación, que está invadiendo de manera evidente los sistemas educativos de la mayoría de los países, no es el camino correcto.

El terreno de la personalización presenta más complicaciones que el de la estandarización. No da el mismo trabajo aplicar un solo modelo igual para todos, que personalizar el método de enseñanza a las características de cada persona, a su "chispa"... Entonces, ¿por qué querría un docente entrar en ese espacio? Porque es la mejor manera de que sus alumnos aprendan, y eso compensa (o debería compensar) cualquier esfuerzo. 
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