Matrix: educar a través de una pantalla

jueves, 31 de julio de 2014
"Mediante el teléfono móvil acceden a todo el mundo; con el GPS, a todas partes; con internet, a todo el saber; habitan, en consecuencia, un espacio topológico de vecindades, mientras que nosotros vivíamos en un espacio métrico, referido a distancias."
Michel SERRES: Pulgarcita. Gedisa, Barcelona, 2014.

Ya no basta con acceder a la realidad directamente a través de nuestros sentidos. Ahora necesitamos aumentar la realidad a través de distintos dispositivos tecnológicos. Google Glass es seguramente el mejor ejemplo, pero no el único. La marca automovilística Jaguar está desarrollando un parabrisas que dará información al conductor para tener una conducción más eficiente y reducir el consumo de gasolina, para tomar la mejor trazada en las curvas o para indicar la distancia de seguridad correcta en función de la velocidad a la que se circula.

Pasamos muchas horas al día ante una pantalla (tablet, ordenador, smartphone, televisor). Buena parte de nuestro contacto con la realidad (y con la sociedad) se ha virtualizado... y lo mismo sucede con el conocimiento.

En este contexto, la educación no puede quedar al margen como pretenden algunos, que se aferran a la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor, por el hecho de ser pasado. Enfrentarse a los cambios del mundo actual solo puede llevar al fracaso, a la frustración. La energía inútil que se gasta luchando contra lo inevitable es mucho mayor que la que se gastaría adaptándose a las nuevas necesidades, buscando nuevas respuestas o maneras de hacer ante las nuevas circunstancias.

En este contexto virtual la educación no se deshumaniza, sino todo lo contrario. En primer lugar, no hay que olvidar que detrás de las pantallas (dándoles contenido) hay siempre personas. Un ejemplo muy claro de esto son las redes sociales donde se da el caso que personas que no se han visto cara a cara alcanzan unos niveles de relación, de confianza, de afecto muy grandes.

En segundo lugar, los docentes deben adquirir otras habilidades clave a las que se valoraban antaño. Una de las más importantes es la empatía. Para cualquier educador es fundamental saber "leer" las emociones de los alumnos para ofrecerles una educación personalizada, que dé respuesta a sus intereses y a sus talentos individuales. Mejor que hacerles memorizar listas interminables de conceptos, es enseñarles a solucionar problemas; mejor que saberse las capitales de todos los países del mundo, es mostrarles que se pueden dar respuestas distintas a situaciones distintas.

Al igual que en la película Matrix (que en el fondo es una versión hollywoodiense del mito de la caverna de Platón), virtualidad y realidad se entremezclan siendo muy difícil distinguirlas. La educación de nuestros tiempos tiene el reto de adaptarse a lo virtual para acercarse a la realidad. En la película, Neo puede escoger entre tomar una pastilla roja para ver el mundo tal como es en realidad o una pastilla azul para seguir viviendo en el mundo virtual. Los educadores no podemos elegir: debemos tomar la pastilla roja.

El verdadero sentido de la educación

martes, 15 de julio de 2014
El otro día, viendo como unos críos hacían figuras de barro, me di cuenta de que las personas somos como la arcilla que utilizamos para modelar.

Al principio, cuando abres el envoltorio, el barro se maneja con suma facilidad, puedes darle cualquier forma que puedas imaginar. Con el paso del tiempo, la arcilla se va secando y pierde progresivamente su capacidad para ser modelada, hasta quedar inevitablemente rígida con una forma determinada, que ya no puede ser modificada (a no ser que se rompa en mil pedazos).

Cuando somos niños, los seres humanos tenemos una capacidad inconmensurable para adquirir cualquier forma que deseemos, somos arcilla fresca: aprendemos sin descanso, casi sin esfuerzo, somos capaces de buscar soluciones diversas a situaciones problemáticas, nos adaptamos sin dificultad a nuevas circunstancias... Es lo que nos ayuda a sobrevivir como especie.

Con el paso de los años, esa capacidad de aprendizaje se va limitando. Unos dicen que es por efecto de la escolarización, pero en realidad se trata de una cuestión neurológica al ir configurándose nuestro cerebro. Aunque en realidad nuestro cerebro nunca pierde del todo la capacidad de modificarse.

Una errónea interpretación de esta cuestión, ha provocado que durante mucho tiempo se percibiera que el objetivo de la educación era dar forma a los niños, es decir, hacerlos adultos según unas ideas preestablecidas por la sociedad. O lo que es lo mismo, una vez modelado el niño en adulto, se dejaba secar para que permaneciera por siempre así, inmutable. Una vez finalizados los estudios, la figura ya estaba moldeada y debía dejarse secar.

Pero nada es más contrario a la esencia misma de la educación. La auténtica función de la educación es procurar que la arcilla no se seque nunca, que mantenga por siempre la capacidad para adoptar distintas formas, que pueda cambiar de forma siempre que sea preciso. ¡Esa es la auténtica esencia de la educación!

La función de los docentes no es hacer de ceramistas o escultores sino de cuidadores de la materia prima, de la arcilla. La misión de los educadores es mantener siempre fresca la arcilla que permitirá a los niños seguir aprendiendo autónomamente de adultos.

El verdadero sentido de la educación es formar a los niños para que ellos mismos se conviertan en adultos capaces de participar activamente de la sociedad, con espíritu crítico e infinita capacidad de adaptación a los retos que se les planteen en el futuro.
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¿Tu aula tiene eco?

lunes, 7 de julio de 2014
En la naturaleza, cuando estás en un acantilado y gritas tu nombre a pleno pulmón, recibir la respuesta del eco es una experiencia increíble. De hecho, difícilmente puedes resistirte a gritar todo lo que se te ocurre para escuchar la respuesta lejana y repetitiva de tu propia voz.

Pero si sucede lo mismo en el aula de una escuela, el efecto es justo todo lo contrario, es síntoma de una mala praxis educativa. Cuando un docente habla y lo único que escucha son sus propias palabras pero con la voz de sus alumnos, es una experiencia decepcionante.

Cuando un "alumno/eco" se limita a repetir las palabras, las ideas y las experiencias de otros... ¡algo estamos haciendo mal! Cuando un alumno recibe lecciones y solo le pedimos que sea capaz de recitarlas, estamos incumpliendo con nuestra obligación como educadores. En nuestras aulas, lo único que se debería recitar de memoria es poesía. Las lecciones ya no se dan, el aprendizaje necesita ser vivenciado, precisa de experimentación, análisis, colaboración, creatividad...

Al igual que el sonido del eco va apagándose poco a poco, lo mismo sucede con el aprendizaje de los "alumno/eco". Con el paso del tiempo, aquello que han memorizado sin ningún tipo de compresión ni significatividad, se va olvidando hasta borrarse del todo sin dejar el más mínimo rastro.

Ese tipo aprendizaje, que María Acaso llama "bulímico", es el síntoma más evidente de una escuela caduca e ineficaz, pues no cumple con su función principal que es la de formar personas con espíritu crítico que puedan participar activamente en la mejora de nuestra sociedad. Pedir a los alumnos que memoricen y evaluarlos en función de su capacidad de recordar y transmitir aquello que se les ha dicho, es un claro ejemplo de lo lejos que está la escuela del mundo actual.

Debemos dejar de formar "alumnos/eco" para empezar a formar "alumnos" (sin ninguna etiqueta) que sean capaces de buscar distintas soluciones a problemas, que sepan adaptarse a las nuevas situaciones, que puedan trabajar colaborativamente para crear contenidos. En definitiva, nuestra labor es dotar a estos alumnos de las herramientas, las destrezas y las capacidades para aprender a lo largo de toda su vida.
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El equipaje educativo

miércoles, 2 de julio de 2014
Ahora que es periodo vacacional en España, he estado reflexionando sobre las semejanzas entre educar y viajar, pues la educación es un largo viaje sin fin. El tiempo de aprendizaje ha dejado de ser corto para durar toda una vida, lo que nos obliga a estar en permanente movimiento de un lugar a otro, adaptándonos en todo momento a lo que necesitamos como personas y como miembros de la sociedad.

Los viajes y los procesos educativos nunca son iguales para las personas. Lo que para uno es un viaje idílico, para otro puede ser una tortura insufrible. Por eso, es absolutamente necesario personalizar la educación y no aplicar fórmulas unificadoras como elemento único de evaluación de los procesos de enseñanza/aprendizaje (me refiero a las pruebas estandarizadas que tan de moda están en los últimos tiempos). 

Para realizar un viaje es indispensable planificarlo con antelación. Lo primero que debes decidir es el lugar que quieres visitar y, en función del lugar escogido, hacer una lista de lo que debes llevar como equipaje en tus maletas. Debes conocer el clima del lugar, las costumbres más destacadas, la documentación que necesitas para viajar, el medio de transporte más adecuado para llegar hasta allí...

Lo mismo sucede con la educación. En función del lugar al que se quiere llegar, o sea, en función de los objetivos que se pretenden alcanzar con los alumnos, deberemos poner unas cosas u otras en el equipaje. Deberemos analizar qué necesitaremos, qué instrumentos o herramientas serán más efectivas, qué recursos didácticos son los adecuados, etc. Una maleta educativa bien hecha es pues fundamental para educar. Las maletas, como los proyectos educativos, no se pueden improvisar.

También debemos decidir el tipo de viaje que queremos realizar: uno que nos permita ver muchas cosas en muy poco tiempo o, al revés, uno que nos permita conocer en profundidad. Imaginemos que nuestro viaje transcurre por tierra, que lo realizaremos en un automóvil. Para transitar en vehículo por carretera, debemos adaptar nuestra conducción al tipo de vía por el que circulamos y respetar las normas de tráfico. Circular a toda velocidad en una carretera mal asfaltada, estrecha y con curvas puede llevarnos a tener un accidente fatal.

En educación sucede lo mismo. Debemos enseñar y aprender a la velocidad adecuada para cada ocasión, sin olvidar nunca que cada uno tiene su propio ritmo de aprendizaje. Algunos alumnos aprenden con la facilidad con la que se conduce en una autopista y otros, en cambio, aprenden como si circularan en carreteras secundarias.

Me gustaría acabar este post con una reflexión... 

Si como digo viajar y educar tienen tanto en común, ¿por qué nos empeñamos en cerrar las puertas de nuestras aulas (literal y metafóricamente)? Viajar y educar implican compartir experiencias y prácticas, aprender los unos de los otros, colaborar y cooperar... por lo que debemos empezar a enseñar con las puertas de nuestras aulas abiertas (literal y metafóricamente).
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