Hace unas
semanas invité a toda mi familia a comer en mi casa. Siempre me ha gustado
cocinar y decidí prepararles una receta bien sabrosa: Dorada al horno.
Siguiendo
la receta tradicional de mi familia, copiando los pasos que había visto
cientos de veces hacer a mi madre, empecé a preparar el pescado en presencia de
mi sobrino de 12 años. Pelé y corté las patatas, piqué la cebolla y lo puse
todo en una bandeja. A continuación, cogí una enorme y fresca dorada, le corte
la cola...
-¿Por qué
cortas la cola del pescado, tío? -me cuestionó mi sobrino.
-Porque
este pescado se prepara así. Así se lo he visto hacer siempre a mi madre.
-Pero,
¿para qué se le corta la cola?
-Pues no
lo sé, pero seguro que si lo hace mi madre debe de ser por algún motivo: para
que se cocine más rápido, para que tenga mejor sabor...
-En
realidad, tío, no sabes por qué hay que cortar la cola de la dorada.
En ese
momento entró mi madre a la cocina y le pregunté el motivo por el que hay que
cortarle la cola al pescado. Ella tampoco lo sabía pero me comentó que lo hace
porque así se lo ha visto hacer siempre a su madre.
En eso
entró mi abuela en la cocina:
-¡Mira
qué oportuna! Abuela, ¿por qué hay que cortar la cola de la dorada antes de
meterla en el horno? ¿Es para que se cocine más rápido, para que tenga mejor
sabor...?
-Pues no
hijo, por nada de todo eso -contestó mi abuela-. Le corto la cola al pescado
porque mi horno es muy antiguo y muy pequeño y no cabe una dorada entera. Ese
es el único motivo.
Así fue
como me di cuenta que hay que replantearse los usos y costumbres de nuestra
forma de educar, porque muchas veces reproducimos actitudes, formas y maneras
de hacer porque tradicionalmente se ha hecho así, sin tener en cuenta que los
tiempos cambian y las necesidades y los recursos de los que se disponen
evolucionan.
Creo que
es un ejercicio necesario para cualquier docente dedicar un tiempo a
cuestionarse el porqué de su manera de enseñar y sí lo que hace en el día a día
cumple con los objetivos que pretende o simplemente lo hace por tradición.
toda la vida se a hecho así.
ResponderEliminar¿por qué? porque sí...
.. lo peor es cuando cortan la cola, les preguntas y les da igual.. sigo haciéndolo así.
Me ha encantado¡¡ lo comparto.
Gracias Carmen. Romper con la tradición causa angustía e inseguridad. A casi nadie le gusta apartarse de su zona de confort,
EliminarEsto me recuerda al cuento de Bucay del elefante, de pequeño estaba atado con una cuerdita a una valla, para que no se escapara, cuando fue grande, con su gran envergadura y fuerza, en ningún momento tiró de esa cuerda para desatarse...
ResponderEliminarCierto... ilustran el mismo problema.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarEse cuento se los leo, cada inicio de clases, a mis alumnos de matemática, para que desaten sus ataduras (prejuicios) que tienen con la materia y se animen a hacer matemática!
EliminarEs verdad, cuánto cuesta cambiar las costumbres.
ResponderEliminarCuesta demasiado.
EliminarMe encantó! Aunque yo lo conocía en versión argentina: con un jamón redondo y porque no entraba en la asadera... Anécdota a parte, este ejemplo me lo dieron como disparador en un curso de didáctica, y es una buena excusa para replantearnos como estamos haciendo las cosas... Creo que también tiene mucho de actual, en cuanto a toda esta tendencia de innovar en educación.
ResponderEliminarUn llamado a la reflexión.
Me ha gustado, estupendo, como siempre. Con tu permiso lo voy a utilizar en mis clases. Es muy ilustrativo y a mis alumnos/as les va a gustar
ResponderEliminarUna anécdota genial para ilustrar la conclusión. ¡Me ha encantado!
ResponderEliminar