Neurociencia en el aula: De la simpatía a la empatía para transformar el bienestar de los alumnos

miércoles, 17 de diciembre de 2025


Todo educador se ha encontrado en algún momento con el estudiante que lucha, no con el contenido académico, sino con la vida, con sus emociones y con su bienestar, con el alumno silencioso, con el excesivamente amable que se olvida de sí mismo, o con el que estalla por pequeñas frustraciones. Estos comportamientos son a menudo el "grito silencioso" de un estudiante que se siente invisible, incomprendido o minusvalorado. La respuesta del educador, que desea ayudarlo, debe comenzar por el desarrollo de la empatía, es decir, la capacidad de comprender profundamente la experiencia del otro para apoyar su desarrollo integral.

 

Es importante distinguir la empatía de la simpatía. La simpatía es una respuesta emocional de lástima ("siento que estés pasando por esto"), que puede resultar condescendiente. La empatía, en cambio, es la capacidad de comprender lo que el otro está experimentando, de ponerse en su lugar y ver el mundo desde su perspectiva. Es un acto igualador que valida la experiencia del estudiante: "Te veo. Te entiendo. Tu experiencia es válida." Cuando los estudiantes sienten esta validación, se abre un canal de confianza que permite una ayuda y un apoyo genuinos.

 

La neurociencia ha desmitificado la empatía, demostrando que no es un rasgo innato e inmutable, sino un proceso neurobiológico que puede ser desarrollado y fortalecido. Este proceso involucra múltiples áreas cerebrales, incluyendo aquellas asociadas con la emoción, la teoría de la mente (la capacidad de inferir estados mentales ajenos) y la regulación emocional.

 

Esto implica una noticia alentadora para los educadores: la empatía es una habilidad que se puede aprender, practicar y fortalecer. Su desarrollo se cultiva a través de tres pilares fundamentales:


 1      Exposición: Al escuchar las historias y aprender sobre las vidas de otros, el cerebro comienza a simular sus experiencias y a comprender sus perspectivas.

2      Práctica: El esfuerzo consciente por intentar entender a otros y escuchar sin juzgar reorganiza el cerebro, mejorando las habilidades empáticas.

3      Reflexión: Conectar con las propias experiencias de incomprensión o dificultad permite al educador relacionarse mejor con las vivencias de los estudiantes.

 

La empatía se manifiesta en la interacción a través de la escucha empática, que trasciende la mera comprensión del contenido verbal. Se trata de escuchar las emociones subyacentes, lo que no se dice, el "corazón" de la persona. Para practicarla, el educador debe:


       Estar presente: Enfocarse completamente en el estudiante, sin distracciones.

       No juzgar: Recibir el mensaje sin etiquetar o invalidar los sentimientos.

       Validar: Reconocer la realidad y validez de lo que el estudiante siente ("entiendo que te sientas así").

       No intentar arreglar: A menudo, el estudiante necesita ser escuchado y validado, no recibir consejos o soluciones inmediatas.

       Hacer preguntas de seguimiento: Preguntas que demuestran interés y deseo de comprensión profunda ("¿Cómo te sentiste cuando pasó eso?").


Complementando la escucha, la toma de perspectiva es la capacidad de imaginar el mundo a través de los ojos del otro: sus creencias, valores, miedos y esperanzas. Al comprender la perspectiva del estudiante, el educador entiende la raíz de sus acciones y puede responder con mayor compasión y de manera más útil. Esta práctica se cultiva mediante la curiosidad activa, la imaginación (simulando la posición del otro), la educación (aprendiendo sobre diferentes culturas y experiencias) y la humildad (reconociendo que la propia perspectiva no es la única).

 

Un componente esencial para cultivar la empatía y el bienestar es la regulación emocional, es decir, la capacidad de entender, procesar y responder a las propias emociones de forma saludable. Si el educador o el estudiante están constantemente abrumados por sus propias emociones, el espacio para la empatía hacia los demás se reduce drásticamente.

 

La enseñanza de la regulación emocional en el aula se logra a través de varias estrategias:

 

Estrategia de Enseñanza

Descripción

Modelado

El educador demuestra cómo responder saludablemente a la frustración, la tristeza o la alegría.

Enseñanza Explícita

Instruir a los estudiantes en técnicas específicas (respiración, mindfulness, expresión creativa).

Práctica Consistente

Practicar las técnicas regularmente, incluso en momentos de calma, para que sean accesibles durante el estrés.

Normalización

Aceptar y validar las emociones difíciles ("está bien sentirse así"), enfocándose en cómo procesarlas.

Apoyo

Acompañar y ayudar a los estudiantes a calmarse y procesar sus estados emocionales.

 

El bienestar es mucho más que la ausencia de enfermedad; es un estado de florecimiento que abarca la salud física y mental, la conexión social y el sentido de propósito. Apoyar el bienestar del estudiante requiere un enfoque holístico:


Ambientes Seguros: Crear un entorno donde el estudiante se sienta seguro física, emocional y socialmente, permitiéndole relajarse y concentrarse en el aprendizaje.

Validación: Afirmar los sentimientos, experiencias y la identidad del estudiante.

Conexión: Fomentar el sentido de pertenencia a una comunidad.

Propósito: Conectar el aprendizaje con la vida del estudiante, dándole significado.

Autonomía: Otorgar cierto control, voz y poder sobre sus propias vidas.

 

Finalmente, la empatía y el bienestar se consolidan en la resiliencia, la capacidad de recuperarse de la dificultad y prosperar a pesar de los desafíos. La resiliencia se construye al exponer a los estudiantes a desafíos manejables que los estiren sin romperlos, lo que fomenta la confianza. Es vital normalizar el fracaso como parte del aprendizaje y una oportunidad de crecimiento, en lugar de un final. El apoyo constante, la reflexión guiada sobre las dificultades y la celebración de su fortaleza son las herramientas clave para que los estudiantes construyan una resiliencia duradera.

 

Historias como la de aquella alumna que luchaba con la ansiedad y fue vista y conectada con un consejero, o la de aquel alumno, etiquetado como "problemático" hasta que su maestro entendió su TDAH y adaptó su enfoque, demuestran que la empatía no es una teoría abstracta, sino una práctica transformadora. Al cultivar la empatía y el bienestar, los educadores no solo mejoran el rendimiento académico, sino que ayudan a sus estudiantes a desarrollarse como personas.

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