La frágil relación profesor-alumno

lunes, 26 de agosto de 2013

Cuando nos hacemos mayores y pensamos en nuestro paso por la escuela y el instituto, nos vienen a la mente recuerdos de algunos de los profesores que nos dieron clase. Una parte de estos recuerdos son gratos, aunque también conservamos algunos ingratos. Pero lo más habitual es que no logremos acordarnos de muchos de nuestros antiguos profesores porque fueron incapaces de conectar con nosotros, de establecer una relación adecuada que nos dejara algún tipo de huella (mejor que alguna cicatriz).

En mi opinión, esto sucede porque la principal característica de la relación profesor-alumno es la fragilidad, siempre está pendiente de un fino hilo que puede romperse por cualquier pequeño detalle. Es muy difícil encontrar el equilibrio. De hecho, hay docentes con grandes conocimientos teóricos que son incapaces de conectar con sus pupilos.

Tendemos a pensar que en esta relación el eslabón débil es el alumno, pero no siempre es así. La fragilidad del vínculo profesor-alumno viene dada por:

-El nivel educativo. Es una perogrullada pero no debe establecerse el mismo vínculo en Educación Infantil que en Educación Secundaria.

-La temporalidad. En muchas ocasiones, el tiempo que tiene un profesor es muy reducido y, además, debe saber repartirlo entre todos sus alumnos.

-El objetivo. No establece el mismo vínculo el profesor que tiene como objetivo instruir a sus alumnos que aquel que pretende educarlos (más adelante volveremos sobre este punto).

-El tipo de centro educativo. El ideario del centro también puede marcar una tendencia en lo referente a la naturaleza de la relación entre el docente y sus alumnos.

Estoy convencido de que es una tarea muy compleja establecer cuál es el nivel de afectividad “ideal” profesor-alumno. Lo que es seguro es que, sea cual sea, debe complementarse con una gran formación psicopedagógica para disponer del mayor número de recursos didácticos para “llegar” a los alumnos.

Los seres humanos tenemos una tendencia irracional a los prejuicios, somos poco dados a la reflexión y, por ello, etiquetamos a los demás por pequeños detalles, por primeras impresiones o por cualquier otra nimiedad. Pero los que nos dedicamos al mundo de la educación debemos evitar el etiquetaje estigmatizante y los prejuicios. La empatía (o inteligencia interpersonal, según Gardner) es un valor fundamental para cualquier docente. La capacidad de entender al otro, de ponerse en su lugar, es fundamental para el aprendizaje.

Un docente sin empatía difícilmente establecerá un vínculo de aprendizaje con sus alumnos. Un docente sin empatía es como un MP3 que reproduce mecánicamente una lección magistral pero no deja huella. Y si tenemos en cuenta que los contenidos de las diferentes materias no son lo único (ni lo más) importante en la educación de nuestros alumnos, es imposible que cumpla con su cometido docente.

Antiguamente, muchos profesores se ganaban el respeto por imposición, por miedo al castigo. Estoy convencido que es mucho más efectivo el respeto ganado por admiración. No podemos olvidar que la letra con sangre, no entra: ¡duele!, y que el mejor regalo que podemos hacerles a nuestros alumnos es emocionarlos y prepararlos para que puedan construir su propio aprendizaje, animarles a que nunca dejen de soñar y que miren al futuro con optimismo, motivarles para que se sientan importantes y valorados en un mundo que en ocasiones es demasiado hostil.

La educación y los tres cerditos

lunes, 19 de agosto de 2013
A decir verdad, el ochenta por ciento de los profesores son sádicos o incompetentes. O unos sádicos incompetentes. Van acumulando estrés y luego se desquitan con los alumnos. Hay cientos de pequeñas normas absurdas. Se crea un sistema que aplasta la personalidad del individuo y sólo los idiotas sin una pizca de imaginación sacan buenas notas.” Haruki Murakami: Baila, baila, baila.

Todos conocemos la versión clásica del cuento de Los tres cerditos. Pero resulta que en la verdadera historia de los tres cerditos hay muchas cosas que tienen que ver con la educación. Como seguramente no la conoceréis, os la explicaré con mucho gusto:

Había una vez una granja donde todos los cerditos se dedicaban al noble arte de enseñar. Todos enseñaban de la misma manera porque “siempre se había hecho así”. Un día tres cerditos curiosos, cansados de hacer siempre lo mismo y después de leer lo que Murakami había escrito sobre la escuela, decidieron huir de la granja y enseñar por su cuenta utilizando otros métodos.

Así que, una noche oscura, hicieron un agujero en la valla que rodeaba la granja y se marcharon de allí para no volver nunca. Tras unos días caminando sin rumbo fijo encontraron un precioso lugar donde establecerse, una comarca repleta de animales a los que enseñar como ellos querían.

Cada uno de los tres cerditos decidió abrir una escuela distinta. El primero de ellos, que era curioso pero de naturaleza poco dada al esfuerzo y al sacrificio, levantó una escuela de ramas y paja. El segundo, un poco más dado a esforzarse pero que se distraía con facilidad, construyó una escuela de madera. Y el tercero, que era el más dado a la reflexión y al sacrificio, el que valoraba más los pros y los contras de su manera de enseñar, edificó una escuela con ladrillos y cemento y unos profundos cimientos.

Los tres estaban muy contentos porque ya no enseñaban como lo hacían todos los habitantes de su granja. Pero un día, sin previo aviso, apareció por allí un terrible lobo hambriento que se dedicaba a supervisar y a evaluar lo que hacían en las escuelas de esa comarca. El lobo llegó a la primera escuela, la observó atentamente y le dijo al primer cerdito:

“Crees que estás enseñando de manera diferente a como lo hacen los demás, pero estás equivocado. Tan solo has sustituido unas cosas por otras, pero les das el mismo uso.” Y el lobo sopló y sopló… y la escuela de ramas y paja voló por los aires.

Más tarde, el lobo llegó a la escuela de madera, la observó atentamente y le dijo al segundo cerdito:

“Has cambiado algunas cosas, pero tan solo las superficiales. Tus alumnos no se limitan a memorizar interminables listas de datos, pero siguen siendo receptores pasivos de contenidos. Les permites hacer algunas cosas por ellos mismos, pero no les planteas retos que deban resolver por sí mismos con sus propios recursos.” Y el lobo sopló, sopló y volvió a soplar… y la escuela de madera se derrumbó.

El lobo, un poco decepcionado, se dirigió a la escuela de ladrillo y cemento, la observó atentamente y le dijo al tercer cerdito:

“Tú sí que has cambiado la manera de enseñar a tus alumnos. Has entendido sus necesidades y la de los tiempos en los que viven. Has edificado una escuela con cimientos profundos. Has convertido a tus alumnos en creadores de contenido, en sujetos activos de su aprendizaje. Has entendido lo que es el nuevo paradigma educativo.” Y el lobo sopló, sopló y volvió a soplar hasta quedarse sin aliento y la escuela permaneció de pie, intacta. El lobo, contento en el fondo de su ser, se marchó con el rabo entre las piernas.


Los dos cerditos que se habían quedado sin escuela se dieron cuenta de su error y levantaron nuevas escuelas de ladrillo y cemento. Las tres escuelas eran parecidas, pero no iguales: una era verde; otra, roja; y la tercera, azul. Pero en ellas los tres cerditos enseñaron felices durante muchos años y sus alumnos aprendieron y se convirtieron en animales con un gran espíritu crítico y constructivo. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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La escuela que ellos desean. La escuela que nosotros queremos

miércoles, 14 de agosto de 2013
Aquellos que conocéis mi blog sabéis que me gusta utilizar metáforas y explicar lo que pienso sobre la educación y la escuela utilizando un lenguaje “poético”. Lo hago con la pretensión de emocionar, de alcanzar esa zona del espíritu humano que traspasa lo racional y remueve las conciencias.

Pero todo lo que digo utilizando estos recursos literarios, procuro que tenga un fundamento sólido, que esté contrastado con las opiniones de reconocidos expertos, con la experiencia de profesionales que merecen todo mi respeto y, por qué no, por mi propia experiencia y reflexión.

Lo que voy a comentar a continuación pretende alejarse del lenguaje poético, aunque sí busca alcanzar la zona que remueve las conciencias. Tampoco tiene una base científica contrastada con datos estadísticos u opiniones de expertos (aunque alguno aparecerá por ahí).
La hipótesis de partida es que las reformas educativas que están llevando a cabo los gobiernos de los países democráticos y capitalistas (aquellos en los que lo económico es el motor único de todas las cosas) no tienen por objeto mejorar el nivel de formación de los futuros ciudadanos, sino todo lo contrario, pretende mantenerlos alienados en un estado de semiestupidez (o, como lo denomina Jean-Claude Michéa en La escuela de la ignorancia: el progreso de la ignorancia). Por tanto, los políticos que deberían representar a los ciudadanos que los han elegido democráticamente, no defienden sus intereses sino los de aquellos que podemos denominar de manera genérica como Capital. Si esto no es así, parece increíble que cada una de las sucesivas reformas educativas que proponen nuestros gobernantes sea peor que la anterior, y no consigan dar una respuesta adecuada a las necesidades de nuestros jóvenes. Y no sirve escudarse en la tan manida crisis económica, no es cuestión de dinero…

La sociedad capitalista necesita ciudadanos ignorantes, sin espíritu crítico, para mantener el estatus de las clases sociales privilegiadas. En el mundo capitalista, las clases medias han crecido demasiado y ahora toca ajustar la situación devolviendo a las clases sociales menos privilegiadas a muchos de aquellos que durante un tiempo han disfrutado de una pequeña parte de las ventajas de las clases sociales privilegiadas. Su objetivo último es acabar con el estado del bienestar.

Esa es la escuela que “ellos” quieren, que es diametralmente opuesta a la que “nosotros” queremos. “Nosotros” somos los millones de personas que nos dedicamos al mundo de la educación, aquellos que creemos que la educación es la mejor manera de ayudar a las personas a tener espíritu crítico e impedir que sean manipuladas y explotadas, aquellos que pensamos que la educación es la herramienta que permite que la sociedad sea más justa y equitativa.

En parte, está en nuestras manos impedir que la escuela cree “ignorantes”, convierta a las personas en sumisas y vaya en contra de su propia naturaleza, que no es otra que la de crear individuos críticos y participativos en los procesos que mueven la sociedad en la que viven. Por supuesto, ser educador no obliga a ser revolucionario, pero sí que obliga a defender la esencia de la educación. Por ello, más allá de la pura instrucción, la escuela debe educar en valores, pues los valores son aquellos que permiten a las personas identificarse como humanos. Ningún programa informático, ni ningún MOOC, ni ningún tipo de enseñanza a distancia podrán sustituir nunca la figura del educador que forma a personas, que forma en valores.


Debemos crear una educación que dé respuesta a las necesidades de las personas y no a las necesidades del sistema. 
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¿Qué podemos y debemos hacer para promover los cambios en educación?

viernes, 9 de agosto de 2013
Tras publicar mi post anterior 3 cosas para cambiar en la educación escolar, Agustín de la Cruz (@agustindelacru2) me lanzó el reto de escribir una segunda parte donde explicar qué podemos hacer nosotros para promover, o provocar, estos cambios en las escuelas. Por el aprecio y la admiración que le proceso a Agustín como persona y como educador, no he tenido más opción que ponerme a reflexionar y a escribir sobre este tema. Espero que lo que sigue a continuación sea de utilidad para todos aquellos que lucháis a diario por una educación mejor.

Simplificando un poco, podemos afirmar que en el ámbito de la educación escolar los cambios se producen por tres causas:

1. Por imposición. Los cambios son promovidos desde arriba, a golpe de reforma del sistema educativo o por la aprobación no consensuada con la comunidad educativa de una ley. Este tipo de cambio tiene una incidencia mínima y suele dar lugar a respuestas de rechazo por parte de los docentes.

2. Por evolución natural. Es un tipo de cambio muy lento. Es una transformación progresiva y pausada de lo que se hace en las aulas que sigue las leyes darwinianas sobre la evolución. Se produce una selección natural de aquellas metodologías y actitudes que dan respuesta efectiva a las distintas situaciones que se producen en una clase. El problema que se plantea es que, en muchas ocasiones, esta respuesta efectiva sirve para que el docente se mantenga en su zona de confort dentro del aula y no para mejorar los procesos de enseñanza/aprendizaje.

3. Por necesidad o demanda. Cuando el cambio es vivenciado como necesario es mucho más efectivo y rápido en su aplicación. El cambio que se entiende como necesario, cuando se ve con claridad que su incidencia da una respuesta eficaz a una situación problemática, no suele encontrar demasiada oposición por parte de quien debe aplicarlo.

Por tanto, hay tres tipos de cambio: el impuesto, el accidental y el voluntario. Sobre los dos primeros no creo que podamos tener una incidencia directa, en cambio, sobre el tercer tipo de cambio sí que podemos aportar algunas cosas.

Si queremos ser promotores del cambio educativo, debemos tomar un papel de liderazgo para hacer ver a otros docentes la bondad de esa manera distinta de hacer las cosas. La oposición inicial que encontremos será muy fuerte, en algunas ocasiones será incluso agresiva, pues la labor del líder educativo es la de sacar a otros docentes de su zona de confort, la de obligar a cambiar la manera fácil y cómoda de hacer las cosas “porque siempre lo he hecho así”.


Para poder provocar los cambios, los líderes educativos deben siempre seguir estos pasos:

1. Planificar su actuación. Prever las dificultades que tendrán que afrontarse. Siempre habrá imprevistos, pero si tenemos preparadas respuestas efectivas a ciertas dificultades nuestra labor será más efectiva.

2. Actuar con optimismo. El entusiasmo es contagioso, el pesimismo es agotador. Una actitud optimista crea empatía y predispone a una respuesta más positiva. Es una buena forma conseguir aliados para la causa. Las personas siguen a los líderes entusiastas que siempre están en disposición positiva de colaborar, de echar una mano.

3. Detectar las necesidades y aprovecharlas. El líder educativo debe ser un buen analista, un evaluador efectivo de la realidad de su centro, para hacer propuestas que puedan ser asumidas. No podemos despreciar el valor de las pequeñas victorias en la búsqueda del objetivo final.

Sé que la realidad del día a día en los centros educativos es muy complicada para aquellos que quieren ser motor de cambio, de mejora, de transformación del quehacer educativo. Pero no se me ocurre una labor más necesaria en vista del panorama al que debemos hacer frente. Os animo a que sigáis siendo líderes educativos, a que colaboréis por una educación que dé una respuesta efectiva a la sociedad en la que vivimos. Os animo a que seáis educadores entusiastas, pues es la mejor manera de contagiar el espíritu del cambio.

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3 cosas para cambiar en la educación escolar

jueves, 1 de agosto de 2013
Cada día estoy más convencido de que la historia juzgará como crueles a nuestras escuelas por mantener inmóviles a los alumnos durante horas. Los historiadores de la educación del siglo XXII escribirán grandes ensayos sobre el maltrato que sufrían los niños y las niñas de nuestra época al ser obligados "contra natura" a permanecer sentados en una silla, en absoluto silencio, encerrados durante horas en una habitación de la cual no podían salir sin permiso.

Nada está más lejos de la naturaleza de los niños que la inmovilidad y la incomunicación, nada está más lejos de la esencia de la educación. El movimiento (la actividad física) es una parte inherente del estado natural de la infancia. La interacción, el intercambio, la comunicación y la palabra son también elementos definitorios de la infancia.

Después de lo dicho, propongo tres aspectos de la educación escolar actual que debemos cambiar de manera urgente:

1. Aulas abiertas
Los espacios cerrados, las aulas con disposición “de auditorio” corresponden a un concepto educativo basado en la transmisión magistral de contenidos y en la disciplina entendida en un sentido casi militar. La presencia del maestro encima de una tarima le otorgaba un mando, una autoridad marcial de control, que convertía al docente en un vigilante al que respetar a través del miedo al castigo. Pero el auténtico respeto debe ganarse siempre a través de la admiración y nunca desde el temor.

Abrir las aulas, enseñar en espacios abiertos, abrir la escuela al mundo no es una tarea sencilla. Para empezar a cambiar nuestros centros educativos debe replantearse toda la arquitectura escolar, diseñando edificios más flexibles (que huyan del modelo panóptico de Bentham) con espacios comunes, con aulas intercambiables, con jardines, con pistas deportivas...

Actividad física constante
En lugar de estar todo el día sentados, deberíamos plantear que nuestros alumnos puedan estar en constante movimiento. Para ello, la educación física debería ser la base de todo el proceso de enseñanza/aprendizaje en los primeros años de escolarización (al menos hasta los 12 o 13 años).

Las matemáticas, la lengua, las ciencias... deberían enseñarse a través del movimiento, del ejercicio físico. Las clases podrían hacerse en el gimnasio, en la pista polideportiva, en el patio, en el parque. La motricidad puede ser el elemento didáctico principal para alcanzar conceptos de las distintas materias de manera que sean significativos para los alumnos. 

El movimiento y el aprendizaje no son incompatibles, sino todo lo contrario.

Más y mejor comunicación
He comentado en más de una ocasión que compartir es el verbo clave de la educación actual. Para que esto sea posible, debemos borrar el silencio absoluto de nuestras aulas.

Con el diseño actual de las escuelas es difícil, pero no imposible, promover el trabajo colaborativo, facilitar una disposición del mobiliario de aula que potencie el diálogo entre iguales. Hablar, dialogar, debatir... son procesos mucho más activos que el escuchar.

Una clase en la que los alumnos hablan entre ellos para realizar trabajo cooperativo no es una clase caótica, al contrario, es la situación ideal para que los alumnos aprendan.

Entiendo que muchos creeréis que los tres cambios que he planteado son una utopía, pero ¿acaso la educación no persigue alcanzar lo utópico?
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