La educación indigesta

lunes, 20 de octubre de 2014
La alimentación es una de las metáforas que más utilizo cuando hablo o escribo sobre qué es y cómo funciona la educación. En una colaboración que hice hace algún tiempo en el Blog de Tiching decía que “Igual que la comida, la educación debe ser sana y sabrosa a la vez, es decir, debe satisfacer nuestras necesidades básicas y conseguir que disfrutemos, porque si no nos ayuda a crecer como personas y no nos emociona, no cumple con su principal cometido.” 

Una buena educación, como una alimentación sana, hace que nos desarrollemos adecuadamente. Por eso, cada día que pasa me reafirmo en lo adecuado de esta comparación. Igual que sucede cuando uno se alimenta exclusivamente de fast food, estoy convencido de que el conocimiento que uno adquiere mecánicamente y no pone en práctica o no lo comparte con los demás, es conocimiento perdido; y que las horas que se dedican al estudio para engullir, es decir, memorizar sin digerir datos y conceptos (eso que algunos confunden erróneamente con el  esfuerzo y el sacrificio), es tiempo perdido. Me explico...

Aún con el riesgo de parecer escatológico (pido disculpas de antemano si alguien puede sentirse molesto), me gustaría señalar que al igual que pasa con nuestro sistema digestivo, cuando aprendemos también desechamos (defecamos) todo aquello que no somos capaces de asimilar correctamente. Nuestro cerebro, esa máquina maravillosa, tiene la capacidad de conservar aquello que le es significativo y de descartar, a corto y medio plazo, todo aquello que no le aporta nada.

Cuando lo que desecha nuestro cerebro es mucho más de lo que asimila, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la educación que estamos proporcionando a ese alumno es una verdadera “mierda” (en sentido literal...).

Si al cerebro de nuestros alumnos no le damos una educación variada y equilibrada y, por ejemplo, lo alimentamos solo con aquello que les gusta a los alumnos, tampoco estamos ofreciéndole una educación adecuada. Aunque no les guste la verdura, tienen que comerla; aunque no les guste alguna asignatura, tienen que estudiarla.

Cuidemos la dieta educativa de nuestros alumnos. Ofrezcámosles una educación digerible, que les permita crecer como personas, que les permita aprender siempre en cualquier lugar, tiempo o contexto... y, si es posible, disfrutar con ello.

Malala: la educación puede cambiar el mundo

martes, 14 de octubre de 2014
“Un niño, un profesor, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo.” Malala Yousafzai ante la Asamblea General de Naciones Unidas

Interpreto la reciente concesión del premio Nobel de la Paz a Malala Yousafzai como una muestra de la importancia que tiene la educación como herramienta para cambiar el mundo, para hacerlo cada día un poco mejor. Sé que, en los últimos días, este tema se ha tratado en toda la prensa mundial y desde diferentes puntos de vista, pero no me resisto a reflexionar sobre el significado de este galardón y el valor de un referente como Malala.

En primer lugar, creo que el premio se ha concedido en un momento clave por dos motivos muy distintos:
1. Por la creciente persecución que sufren las niñas que asisten a la escuela por parte de los radicales islámicos.
2. Por las políticas de muchos gobiernos liberales de los países occidentales que pretenden convertir la escuela, exclusivamente, en una “máquina de fabricar trabajadores” al servicio de la economía.

En segundo lugar, Malala es el símbolo de la lucha por una educación universal, pero de una educación que fomenta el espíritu crítico, de una educación cuyo fin último es la autonomía de las personas, es decir, que puedan desarrollar su potencialidad como individuos y, a su vez, tengan la oportunidad de aportar su talento a la sociedad. La educación escolar debe ser la herramienta que posibilite la igualdad de oportunidades para que todos y todas podamos participar activamente de la sociedad en la que vivimos.

La enseñanza debe ir mucho más allá de “recordar” unos contenidos, la escuela debe ser mucho más que el lugar donde “entretener” a los niños mientras sus padres trabajan.

Para que el aprendizaje sea significativo debe partir de las experiencias previas, debe tener una intencionalidad y unos objetivo claros y debe responder a algún tipo de necesidad. Así debería ser la educación que se imparte en nuestras escuelas.

No es tan importante llenar de datos y conceptos la cabeza de nuestros alumnos como enseñarles qué pueden hacer con ellos. Si la labor docente se limita exclusivamente a la transmisión de información para que el alumno la recuerde, el docente puede ser perfectamente sustituido por una máquina, por la tecnología. El docente aporta un plus que los ordenadores no pueden dar.

Si un educador (docente, director de escuela, padre, madre...) no está totalmente convencido de que su labor es de vital importancia para toda la sociedad, difícilmente podrá cumplir bien con su cometido.

Estoy convencido de que Malala estaría de acuerdo en partir este premio en millones de trocitos minúsculos y compartirlo con todos los docentes que trabajan cada día para cambiar el mundo.
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¿Por qué no somos capaces de hacer que la escuela despierte la curiosidad de los alumnos?

lunes, 6 de octubre de 2014
Uno de los principales problemas de la educación escolar es que, a causa de la imperiosa necesidad de cumplir con un currículo cada vez más cerrado, oferta a los alumnos algo que ni han demandado ni tienen interés alguno por conocer.

Esta es la causa por la que gran parte del esfuerzo y de la energía de los docentes se pierde en conseguir motivar a los alumnos y en mostrarles que lo que van a aprender es de alguna utilidad para ellos. Lo que no deja de ser paradójico porque la curiosidad (el asombro del que habla Catherine L'Ecuyer) es una de las características más definitorias de los niños y adolescentes y el verdadero motor del aprendizaje. ¿Cuál es entonces el problema? ¿Por qué no somos capaces de hacer que la escuela despierte la curiosidad de los alumnos?

La situación es aún más grave pues lo que se enseña se hace de manera uniforme e incuestionable. Esto provoca que la educación escolar se base en verbos como memorizar, obedecer, creer, repetir... cuando en realidad debería basarse en verbos como comprender, cuestionar, explorar, crear, elegir...

Pero en realidad cualquier docente sabe que la diversidad de maneras de aprender que hay en su aula es igual al número de alumnos que la forman. Hay tantas posibles maneras de aprender como alumnos hay en clase. Por eso, según Howard Gardner, las inteligencias múltiples pueden mejorar la comprensión del estudiante: 
-Ofreciendo unas vías de acceso eficaces.
-Ofreciendo unas analogías adecuadas.
-Ofreciendo múltiples representaciones de las ideas esenciales.

Debemos desterrar definitivamente expresiones del lenguaje docente como: “es el/la más inteligente de clase”, “no es capaz de aprender nada”... ya que hay distintas formas de abordar el aprendizaje y, además, responden a una visión estática de la educación cuando, en realidad, la educación es un proceso dinámico en continuo movimiento.

El estado natural de la educación debería ser el movimiento. Al igual que pasa con nuestro planeta, La Tierra, la educación debería basarse en dos tipos de movimiento:
-De rotación: Relacionado con la metacognición, con la reflexión de la práctica educativa como tal. Es la revisión constante de las prácticas y los supuestos educativos, la reflexión sobre la tarea de enseñar y sus consecuencias.
-De traslación: Debería girar en torno a los cambios del mundo en que vivimos y las necesidades que tienen la sociedad y las personas. Se trata de moverse al ritmo de los cambios, de tener la capacidad de detectarlos rápidamente y adaptarse a ellos.

Sabemos que tenemos que cambiar la educación para que dé respuesta a las necesidades del mundo actual, tenemos los conocimientos sobre cómo hacerlo, podemos hacer una escuela del asombro que guste a los alumnos porque despierta su curiosidad... pero nos quedamos siempre en el plano teórico, en la dialéctica. Por eso, llevamos tanto tiempo dando vueltas sobre lo mismo que estamos todos mareados. Debemos dejar de girar para conseguir avanzar y producir cambios.
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