En educación es mejor "errar" que "herrar"

lunes, 26 de enero de 2015
Las palabras no significan lo mismo para todo el mundo. Un claro ejemplo es la palabra educación. Lo que para algunos es la herramienta más poderosa para desarrollarnos como individuos y como miembros de una sociedad, para otros es aquellos que permite obtener buenos resultados en una prueba de evaluación estandarizada para demostrar quién mejor, quien tiene mejor ránquing.

Hace tiempo que corre por internet esta sentencia: "Errar es de humanos. Herrar es de herreros. E.rar es de frikis". Desde el primer momento que la leí pensé que era una inmejorable metáfora para explicar lo que yo entiendo por educación.

Errar es no acertar, equivocarse, aprender a tolerar la frustración, levantarse cuando nos caemos. El error nos hace perder el miedo al fracaso, nos hace estar un paso más cerca del éxito. En otra acepción, errar significa ir de un lugar a otro, por tanto, tiene que ver con el movimiento, con la búsqueda permanente de un objetivo, de un rumbo que nos conduzca por el camino adecuado.

Herrar es poner herraduras, domesticar, adiestrar, adoctrinar. El hecho de poner herraduras a las personas (en sentido figurado) tiene que ver con el pensamiento único, con la falta de espíritu crítico, con la letra con sangre entra. Pero, además, herrar es "Marcar de igual modo a esclavos y delincuentes, para señalar su condición social, y también como castigo de estos últimos".

Cuando yo hablo de educación me refiero a la que tiene que ver con errar, no a la que tiene que ver con herrar. La educación de la que yo hablo es aquella en la que el fracaso no desalienta la innovación y la creatividad; aquella que dota a las personas de espíritu crítico, que es el arma que permite progresar a las sociedades, a los grupos humanos.

Por cierto, la educación sí que tiene que ver también con "e.rar", pero siempre y cuando la tecnología sirva para hacer que el error sea el motor del cambio.

Tú decides que tipo de educador quieres ser, pero recuerda que en educación es mejor "errar" que "herrar".

La educación como ascensor social

domingo, 18 de enero de 2015
La educación, le pese a quien le pese, es la herramienta que debería permitir la igualdad de oportunidades entre todos los miembros de una sociedad al margen de su origen, riqueza o posición social. La educación es lo que debería permitir "crecer" a las personas como individuos y, al mismo tiempo, lo que les debería permitir desarrollar todo su potencial para ponerlo al servicio de la comunidad.

Lamentablemente parece que la idea de la educación como ascensor social ha caído en el olvido. Impedir que la educación cumpla con su función de ascensor no es educar sino adiestrar o adoctrinar. Una escuela que está al servicio de las necesidades de la economía no educa sino que amaestra o domestica.

Es por este motivo que me gustaría reivindicar esa función de la educación como garante de la equidad. Para ello me gustaría explicar cómo debería ser ese ascensor. Más que a los ascensores que podemos encontrarnos en el bloque de piso donde vivimos, la educación debería ser como el gran ascensor de cristal que describe Roald Dahl en Charlie y la fábrica de chocolate y en su secuela Charlie y el gran ascensor de cristal.

Un ascensor de cristal que permite observar el exterior y ser observado; un ascensor que no solo sube y baja sino que puede moverse en cuaquier direccción; un ascensor que conduce a las personas que lleva dentro a vivir todo aquello que imaginan. Sí, es cierto que un ascensor así no existe en el mundo real, que es fruto de la imaginación y del genio crativo de un escritor, pero eso no impide que aspiremos a que exista. Todos los grandes inventos han sido posibles porque un día alguien dejó volar su imaginación y creyó que aquello que no existía era posible.

Por tanto, pensemos en una educación que, en lugar de priorizar el conocimiento abstracto textual, tiene como objetivo resolver problemas. Una educación que pasa revisiones (evaluaciones) periódicas para comprobar su buen funcionamiento y evitar averías y accidentes. Una educación transparente que permite al mundo exterior entrar en el aula y al aula salir al mundo "real", que permite contactar con personas de otros lugares. Una educación que potencia los talentos de cada uno de los niños más allá de los test estandarizados, una educación que enseña a pensar, a tener ideas propias, y no una educación alienadora. Una educación que emociona, que enseña a resolver conflictos dialogando.

Pensemos en una educación así... y puede que un día exista para todos.
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El docente como espejo de sus alumnos

domingo, 11 de enero de 2015
Es fascinante constatar que las dos estructuras cerebrales que son las principales responsables del recuerdo a largo plazo (la amígdala y el hipocampo) están situadas en el área emocional del cerebro.” David A. Sousa: Neurociencia educativa.

Ya he comentado en otras entradas de este blog (Educación emocional: sentir para aprender y Educar es emocionante, educar es emocionar) que las emociones juegan un papel fundamental en el aprendizaje. Cada día estoy más convencido de que tan importante es lo que lo que se enseña como la manera de enseñarlo.

Esta afirmación a la que muchos docentes han llegado como fruto de su propia experiencia diaria, parece quedar también confirmada por la neurociencia. En la última década del siglo XX, un equipo de científicos italianos descubrió que en nuestro cerebro hay neuronas espejo que “nos permiten reconocer la experiencia de los demás y comprender las emociones ajenas, así como empatizar.” (Sousa)

Este descubrimiento me parece de gran importancia para la educación pues en toda relación de enseñanza/aprendizaje son fundamentales la interacción y la identificación (imitación y empatía). Entre otras muchas cosas, un profesor es un espejo. En él se ven reflejados sus alumnos y la imagen que perciben es la que, en buena parte, va a condicionar su éxito o su fracaso escolar y vital. Pero, ¿qué se refleja en ese espejo? ¿Se refleja lo que es realmente el alumno o se refleja la imagen que de él se forma el docente? 

Conviene recordar que no todos los espejos son iguales. En función de su forma, el reflejo da una imagen más exacta de la realidad o, por el contrario, una imagen más distorsionada. Un aula no debería ser una especie de Palacio de los espejos de un parque de atracciones donde, según si nos miramos en una espejo cóncavo o convexo, nos vemos más altos y delgados o más pequeños y regordetes de lo que en realidad somos. Por eso es importante que todo docente sea consciente de la imagen que quiere reflejar de cada uno de sus alumnos y alumnas.

Mención especial requieren los alumnos que no se ven reflejados en sus profesores o lo que podríamos denominar Síndrome del alumno invisible. Son aquellos alumnos que quedan excluidos de la realidad del aula ya sea por su conducta o por su comportamiento, es decir, aquellos alumnos que, voluntaria o involuntariamente, quedan al margen de las expectativas docentes. Son alumnos y alumnas que están presentes en la clase pero que no participan activamente lo que les hace invisibles. Es tarea del docente que no haya ningún alumno invisible en su aula.

En mi opinión, en nuestros centros educativos se educa con miedo, porque todavía se cree que la escuela es un lugar de instrucción, de transmisión (pura y dura) de conocimientos “académicos”. Pero la escuela, lo quiera o no, lo pretenda o no, también es un lugar de transmisión de valores. Por eso debemos tener presentes a todos los alumnos, especialmente a aquellos que tienen más dificultades con los contenidos más académicos o curriculares.

Hay un conocido principio pedagógico que dice que las expectativas que tiene un docente de sus alumnos casi siempre se acaban cumpliendo. Por este motivo, ¡mantén altas tus expectativas para con tus alumnos! ¡Todos son capaces de hacer grandes cosas! No lo dudes ni un segundo.
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