Pensar en la escuela: cuando educar es provocar

domingo, 22 de mayo de 2016
Foto: flickr.com/albertogp123
"Hay que provocar en el que escucha que piense por su cuenta. No hay que adoctrinar, hay que provocar. Me gustaría pensar que, en algún momento, algo de lo que digo les sirva de provocación para que salten por encima de mí, para que se hagan y lo hagan mejor todavía." José Luis Sampedro

Uno de los grandes problemas ante el que nos enfrentamos a la hora de mejorar la educación que ofrecemos en nuestras escuelas es que actuamos como si fuera un producto de consumo, es decir, evaluamos resultados puntuales, calificamos numéricamente los logros alcanzados, clasificamos en rankings...


Pero, en realidad, la educación es un proceso donde tan importantes son los objetivos alcanzados como el camino que se ha seguido para ello. En este contexto, educamos a personas que no se limiten a repetir lo que ya se conoce sino que sean capaces de hacer cosas nuevas, distintas, mejores.

Es por ello que tenemos que entender la figura del docente como agente provocador. Un profesor debe seducir y provocar a todos y cada uno de sus alumnos para que estos sean capaces de sentir interés por aprender, para que sean capaces de participar en la construcción de ese aprendizaje. Debe seducirlos para que estén motivador por aprender, para que superen la vulnerabilidad que implica ser consciente de que necesitan mejorar sus conocimientos, sus habilidades, sus destrezas, sus competencias. Debe provocarlos para que ser produzca una acción que lleve al aprendizaje y que este sea relevante y significativo.

Un docente es un provocador en todos los sentidos. En el sentido de incitar al aprendizaje (no de transmitirlo), porque con sus acciones aviva en sus alumnos la alegría por aprender, el entusiasmo que es el combustible que motivará a las personas a aprender de manera autónoma a lo largo de toda su vida. Pero también lo es porque su función es la de formar personas que sean capaces de pensar por sí mismas, que tengan espíritu crítico y no se limiten a obedecer las directrices que le marcan.

Provocar en la escuela es enseñar a pensar con autonomía, dotando a todos los alumnos y alumnas de las herramientas que necesitan para desarrollarse con plenitud en el mundo en que vivimos. Provocar en educación es hacer que cada persona sea constructor de su aprendizaje y disfrute de ese proceso.

La educación como provocación supone dejar de lado los patrones establecidos para reforzar el pensamiento creativo, dejar de lado la reproducción del conocimiento para producirlo, dejar de lado la obediencia ciega para incitar el punto justo de rebeldía.

6 comentarios:

  1. Recuerdo aquellos tiempos en que los maestros/as dedicaban la mayoría de su tiempo libre (fuera de las horas lectivas) para buscar recursos y organizar maneras que pudieran servir al alumnado a desarrollar sus capacidades y destrezas, sus habilidades y sus conocimientos (no existían las competencias básicas, ni clave, ni PROIDEAC, ni rúbricas, ni programaciones con mil apartados, ni... ni falta que les hacía todo esto).
    Hoy, desde los sabiondos de despacho se dice de aquellos maestros que "sólo se preocuparon por transmitir conocimientos" y "nunca nos enseñaron a relacionar los saberes entre sí ni toda su enseñanza sirvió jamás para resolver los problemas cotidianos". Bueno... pues uno es hijo de esa forma de enseñar y, sin embargo, puedo afirmar con rotundidad que el sistema actual no sólo no ha hecho nada por mejorar aquello sino que ha echado por tierra lo que es esencial en la escuela: el aspecto relacional.
    Sin RELACIÓN profesor-alumno no puede llevarse a cabo provocación alguna. Hoy casi te obligan a estar constantemente con el ordenador pegado a los dedos (en una sola sesión de 45', por ejemplo, puede haber hasta dos o más situaciones de aprendizaje y según normativa educativa actual "hay que evaluar a todo el alumnado en cada SA para que la evaluación -ésa es la obsesión del sistema actual:"la evaluación"- pueda ser mínimamente objetiva").
    Se olvidan del PROCESO y priorizan totalmente los "sistemas para la recogida de elementos que concluyan con unas notas" sobre "el proceso de enseñanza-aprendizaje".
    Mis maestros llevaban al aula cachivaches de todo tipo que hicieran visible lo que en aquel único libro se decía; mis maestros nos llevaban los sábados -a los que quisiéramos- a conocer la naturaleza y en ella y desde ella nos enseñaban a asociar perfectamente lo que durante la semana nos habían explicado con lo que la madre naturaleza vive desde hace miles de millones de años; mis maestros no hacían programaciones maravillosas para la educación en la diversidad pero pasaban mucho tiempo con los alumnos con capacidades y situaciones vitales diferentes (visitaban las casas de los alumnos y tenían un contacto cercano y constante con las familias); mis maestros se esforzaban mucho por que domináramos las cuatro reglas aritméticas y supiéramos expresarnos adecuadamente en lo verbal, también que supiéramos leer y escribir a la perfección (eso es verdad) pero gracias a eso favorecieron muchísimo que pudiéramos luego emprender por nuestra cuenta otros aprendizajes pues teníamos ya las herramientas fundamentales; mis maestros no tenían miedo de dedicar todos los días el tiempo que hiciera falta en comentar situaciones conflictivas entre alumnos en tal de llegar a soluciones positivas para todos: la educación en valores era prioritaria;....
    Los maestros de hoy no son peores que aquéllos, ni tampoco mejores; sencillamente vivimos en etapas diferentes pero con una clarísima diferencia: las estructuras hoy impuestas por quienes andan mareando la perdiz cada curso escolar llenándolo de burocracias absurdas, papelorios y tochazos de programación (anual, trimestral, mensual, quincenal, semanal, por tareas, por SA, por CC.BB. o CLAVE (cambiando su número y nombre a capricho de las autoridades competentes) unas programaciones que no se las lee ni Dios ni importan realmente a nadie: es sólo un imperativo legal, igual que las memorias, informes, etc... etc... que sólo sirven para fiscalizar al docente y tenerlo entretenido todo el año... como si no hubiera otras cosas mucho más importantes que toda esa... merdé... mientras lo esencial que va por los derroteros que usted señala en su artículo y lo que vi en mis maestros sigue estando en el baúl del olvido.
    ¿Es de extrañar que haya tanta desmotivación en los docentes de hoy?. A mí no me extraña nada.
    Gracias por su artículo, es una excelente reflexión.

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    1. Claudia Pontela.2 de junio de 2016, 2:33

      Estimado Santi Santillan. Estoy totalmente de acuerdo con tus reflexiones; en Argentina pasa exactamente lo mismo; los planes de estudio desde el gobierno exigen mucho conocimiento y que se debe impartir en el mismo tiempo que lo hacíamos hace 20 años atrás, y sin tener en cuenta los problemas sociales que cada vez están más presente en los niños y/o adolescentes.

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  2. excelente nota y el comentario ídem!

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  3. Hola, les saludo desde la Ciudad de México. Agradezco cada publicación que realiza, son enormes factores de reflexión para la educación en general, en cada país de este tan abrumado planeta. Yo he sido docente universitaria y veo los mismos desafortunados cambios que mencionan en el artículo y en el comentario de Santi Catalán. También veo una penosa vulnerabilidad del sistema educativo ante el aparato político económico, ante la incomprensión y desaprovechamiento del verdadero valor de los avances tecnológicos y también, aún más penoso tal vez, la disfuncionalidad familiar y social. Todos son factores origen y consecuencia, tienen ambas circunstancias en su entraña, que van complicándose al paso del tiempo y van desmotivando a los involucrados en el Proceso enseñanza-aprendizaje, como individuos, y parchando irreflexivamente todo un sistema socio-educativo y político económico. Gracias y saludos

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  4. La verdad, excelente artículo. Y los comentarios ni se diga.
    Sigue así, te leemos desde el colegio Thomas Alva Edison, de Guadalajara, México.

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  5. Cada vez que leo el blog me siento identificada, pero con esta entrada recordé el día en que le dije a alguno de los niños "pues si no quieres participar, te puedes quedar en la casa, viendo televisión todo el día, en lugar de venir al colegio y divertirte". Días después, escuché a los niños comentando entre ellos "¡quedarse en la casa es aburrido, cierto!

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