Educar: entre el derecho, el deber y el placer

lunes, 28 de enero de 2013

Yo –decía el Principito–, si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría poco a poco hacia una fuente...” Antoine de Saint-Exupéry

Convendría que nuestros gobernantes no olvidaran que el artículo 28 de la Convención Internacional de los Derechos de la Infancia reconoce el derecho del niño a la educación. Además, en el artículo 29 se indica que la educación deberá estar encaminada a desarrollar la personalidad, a inculcar el respeto por los derechos humanos, por sus padres y por su propia identidad cultural, así como a preparar al niño, para asumir una vida responsable en una sociedad libre.
Para que la educación sea un derecho significativo tiene que ser asequible, accesible, aceptable y adaptable. El concepto de estas 4-A fue elaborado por la ex Relatora Especial sobre el derecho a la educación, Katarina Tomaševski:
-Asequibilidad: que la enseñanza es gratuita y está financiada por el Estado y que existe una infraestructura adecuada y docentes con formación específica para dar clases.
-Accesibilidad: que el sistema es no discriminatorio y es accesible a todos, y que se adoptan medidas positivas para incluir a las personas en riesgo de marginalidad.
-Aceptabilidad: que el contenido de la enseñanza es relevante, no discriminatorio, culturalmente apropiado y de calidad.
-Adaptabilidad: que la educación puede evolucionar a medida que cambian las necesidades de la sociedad y puede contribuir a superar las desigualdades. Y que puede adaptarse localmente para adecuarse a contextos específicos.
Teniendo acceso a la educación, las personas podemos desarrollar las destrezas, la capacidad y la seguridad que necesitamos para obtener otros derechos. Este es el motivo de que garantizar el derecho a la educación sea tan importante.
Pero tener derechos implica a su vez tener deberes. Derecho y deber son las dos caras de una misma moneda. Entre los deberes de los escolares podemos destacar el estudio, la asistencia a clase, el respeto al profesorado, el respeto de los valores democráticos, las opiniones, la libertad de conciencia, las convicciones religiosas y morales, la dignidad, integridad e intimidad de todos los miembros de la comunidad educativa y las normas de convivencia que las regulan.
La escuela se fundamenta en el “deber”, pero el impulso para el aprendizaje tiene su base en el “placer”. No se llega al aprendizaje a través de la “obligación” sino a través de la “significación”. No se llega al aprendizaje a través del “sufrimiento” sino a través del “gozo”.
Que nuestros alumnos tengan el deber de aprender para hacer en el futuro un mundo mejor, no significa que no puedan disfrutar del proceso. Para los niños lo que de verdad importa no es el destino, sino el camino. Ya no es tiempo de “la letra con sangre entra” (ver cuadro de Goya) sino de participar activa y gozosamente de la construcción del aprendizaje. No es necesario que el periodo de educación obligatoria sea una tortura.
La educación escolar pretende hacer adultos a los niños, y quizá sería conveniente que les ayudara a ser niños. En la escuela, al niño se le considera más por lo que será que por lo que es. Porque como dice Francesco Tonucci: “(Los niños) nos piden que compartamos el presente y nosotros les decimos que trabajamos para su futuro.”
Si construimos una escuela que tenga en cuenta más el presente de nuestros alumnos que su futuro, edificaremos una escuela capaz de formar personas capaces de cambiar el mundo.


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