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5 pistas para educar en un mundo antipático

lunes, 14 de diciembre de 2015
Vivimos en un mundo extraño. Un mundo que, como afirmaba Javier Marías en una entrevista, está cada vez más imbécil, un mundo antipático que coarta las libertades. Lo sabemos, pero no hacemos nada para cambiarlo. Ya es hora de que pongamos remedio.

La mayoría de las personas que han revolucionado nuestro mundo con ideas, descubrimientos, avances tecnológicos..., en un momento determinado de su vida, decidieron salir del camino y buscar nuevos horizontes.

Seguramente, algunos de los que optaron por explorar otras vías no tuvieron éxito y acabaron perdidos. Pero con una educación que incite el pensamiento crítico, el pensamiento divergente, el espíritu emprendedor, el trabajo en colaboración, el dominio de las emociones, los valores que nos definen como seres humanos... todos tendremos más oportunidades de salir del sendero que nos han marcado para descubrir algo nuevo, para aportar alguna cosa que haga el mundo un poco mejor, sin perdernos en el intento.

En realidad, al contrario de lo que demasiados educadores creen, educar no consiste en mostrar el camino a seguir, sino en enseñar a utilizar distintas herramientas para no perderse nunca por ningún camino. Preparara nuestros hijos y alumnos en el manejo de la brújula para saber dónde está el Norte, enseñarles a leer e interpretar los mapas, a seguir pistas, a identificar huellas, es dotarles de las herramientas necesarias para explorar autónomamente el mundo.

Si empleamos palabras del ámbito educativo, nuestra labor consiste en seguir estas 5 pistas:

1. Enseñarles a ser autónomos.

2. Formarles para que sean capaces de aprender a aprender.

3. Ayudarles a que sepan buscar información y valorarla.

4. Prepararles para que sean capaces de comunicar, oralmente y por escrito, sus ideas y opiniones con eficacia.

5. Educarles para que identifiquen y controlen sus estados emocionales, para que sean empáticos.

Cuando vamos de excursión a la montaña, seguir el sendero señalado es una opción segura, previsible e incluso recomendable si no tenemos experiencia ni formación ni estamos bien equipados para explorar... Pero los caminos señalados también pueden conducir a un callejón sin salida.

Además, si todos seguimos el mismo camino, nunca descubriremos nada nuevo. Con los conocimientos adecuados en orientación, sabiendo manejar la brújula, llevando buen material, etc., salir del camino marcado es una opción emocionante, creativa, enriquecedora... es la manera de llegar allí donde nunca ha llegado nadie.

Lo mismo sucede con la educación de nuestros hijos y alumnos. Podemos conducirlos por sendas marcadas, pero si queremos prepararlos para tener éxito en este mundo antipático, debemos prepararlos para que sean capaces de explorar nuevos caminos.

Educación contra el terror: ¿flores contra pistolas?

lunes, 23 de noviembre de 2015
"Si queremos un mundo de paz y justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor." Antoine de Saint-Exupéry


Vivimos días convulsos en los que el miedo y la tristeza conviven a partes iguales con la valentía y la esperanza. Los ataques terroristas de los últimos días están condicionando nuestra forma de vida y, al mismo tiempo, nuestra manera de entender el mundo.

Todos estamos consternados, incluso los niños que, aunque no consiguen entender del todo qué es lo que está pasando, perciben que alguna cosa no anda bien. Saben que hay "malos" que nos intentan hacer daño a los "buenos", que hay disparos y gente que ha muerto, que sus padres están nerviosos y asustados... Un buen ejemplo de esta situación es este vídeo, que se ha convertido en viral, de un padre explicando a su hijo los ataques terroristas en París:


Una de las armas más poderosas que tenemos para luchar contra la barbarie es la educación. La educación hace crecer las flores que se enfrentaran a las pistolas. Cuantas más balas disparen, más semillas tenemos que plantar en la educación de nuestros hijos y alumnos para que crezcan flores de todas las formas, tamaños y colores.

Hay que convertir las aulas en jardines. En la escuela, junto con lengua, matemáticas, ciencia..., hay que hablar de valores, de emociones, de esperanza. Esto no es una opción, es una necesidad, que además está contemplada en el currículo. Es una obligación inexcusable abrir las aulas al mundo real para que se pueda hablar de lo que pasa en el mundo, para que se pueda hablar de paz, para que los alumnos puedan expresar sus miedos y su duelo, sus inquietudes y su opinión.Los docentes deben conseguir que los alumnos sean capaces de elaborar su propia escala de valores a partir del desarrollo del espíritu crítico, la creatividad, el pensamiento disruptivo y la interacción con sus semejantes.

Sé que algunos creen que esto es de una ingenuidad que roza la inocencia, que las balas matan y las ideas no sirven de escudo contra ellas. Pero si la educación no es tan poderosa, ¿por qué lo primero que hacen los terroristas es atacar y cerrar escuelas? ¿Por qué intentaron matar a Malala? Los terroristas intentaron matar a Malala porque defendía el derecho a asistir a la escuela. Afortunadamente, no lo consiguieron y la convirtieron en un símbolo de la fuerza de la educación, del poder de la escuela para cambiar el mundo. Los terroristas tienen muy claro que la escuela es una de sus enemigas más peligrosas.

Malala en un discurso ante el Banco Mundial dijo: "Si se quiere acabar la guerra con otra guerra nunca se alcanzará la paz. El dinero gastado en tanques, en armas y soldados se debe gastar en libros, escuelas y profesores." De poco sirve luchar contra la barbarie convirtiéndonos en bárbaros. La respuesta de nuestra sociedad debe ser firme y ponderada, pero merece la pena no renunciar a nuestros valores y seguir enfrentando las flores a las pistolas.
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De mayor quiero ser... curioso

domingo, 13 de septiembre de 2015
"Las personas tienen más éxito cuando hay otras personas que entienden sus talentos, desafíos y habilidades." Ken Robinson: El Elemento.

Los niños son una fuente inagotable de sorpresas. Su inocencia, su sinceridad y su sentido común nos golpean como una bofetada en la cara y nos muestran que, en ocasiones, los adultos somos incapaces de ver lo simple y lo evidente aunque lo tengamos ante nuestras narices.

Hace unos días estaba comiendo en casa de unos amigos que tienen un hijo de 6 años. Como el niño estaba a punto de empezar la educación primaria me puse a hablar con él sobre sus expectativas del nuevo colegio, si quería conocer nuevos amigos, cómo quería que fuese su nuevo maestro... En un momento determinado, demostrando mi poca originalidad, le pregunté:
-¿Tú qué quieres ser de mayor?
-De mayor quiero ser curioso -me contestó dejándome ojiplático y boquiabierto.

Sus padres me explicaron que el niño se pasa el día preguntando el porqué de las cosas, que puede estar horas montando y desmontando cosas para averiguar cómo funcionan, que le encanta leer cuentos y cambiar sus argumentos y sus finales, que es capaz de inventar historias con sus muñecos y vivirlas intensamente... Por todo eso sus padres le dicen a menudo que es muy curioso y como esas cosas son las que más le gustan hacer en esta vida, él de mayor quiere seguir siendo curioso.

Esta vivencia me ha hecho reflexionar sobre la educación y la escuela. La curiosidad de este niño ha sobrevivido a su paso por la educación infantil, pero ¿será capaz de sobrevivir a la educación primaria, a toda su escolarización?

No sé muy bien por qué la escuela es un lugar donde la curiosidad y la creatividad se transforman en monotonía y memorización. Lo que sí sé es que debemos trabajar para cambiar el hecho de que ir a la escuela es una obligación y un sacrificio para los chavales (y para los adultos) y conseguir que la escuela sea un lugar donde los alumnos (y los docentes) quieran ir y disfruten aprendiendo y enseñando en ella.

No se trata de convertir la escuela en un lugar donde los alumnos hagan lo que les venga en gana, en un espacio sin normas, ni se trata de reducir el nivel de exigencia para con ellos. En una educación que no solo tenga en cuenta los contenidos sino también la curiosidad, la emoción, la formación del carácter y la creatividad el nivel de exigencia debe ser alto para obtener buenos resultados. Pero la exigencia es más llevadera si lo que se aprende tiene sentido para los alumnos.

Un alumno no es un robot. Cuando aprende hay que tener en cuenta su "motivación por hacer" y sus "emociones al hacer"; es decir, no tiene ningún valor obligarle a hacer cosas porque sí, porque es su obligación, y no sirve para nada hacer las cosas de cualquier forma sin que sean significativas para ellos. Debemos aprender a utilizar su impulso natural por aprender para que sirva de motor para su vida en la escuela.

Si no cambiamos la escuela, solo si tiene la suerte de caer en manos de uno de esos profes innovadores y disruptivos que siembren cada vez más aulas, el hijo de mis amigos quizá de mayor pueda ser curioso.
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El docente como pianista: amor y pedagogía

lunes, 20 de julio de 2015
"La educación debería considerarse un viaje de descubrimiento. Debería estimular las llamas de la imaginación y encender el fuego de la curiosidad." Richard Gerver

No tengo ninguna duda de que, en educación, las estadísticas, los datos, las cifras y los gráficos tienen su importancia. Pero relativa... muy relativa, porque la educación también tiene que ver con las emociones, con los sentimientos, con el amor.

Si alguien tiene alguna duda de esta afirmación le invito a leer la entrada que mi amigo y admirado educador Agustín de la Cruz (@agustindelacru2) escribió hace unos días en Facebook. Si cuando lo leas no sientes la energía y el espíritu renovado para seguir luchando por la educación... es que, posiblemente, deberías dedicarte a otra cosa.

Agustín es un valiente y explica con pasión y entusiasmo cómo entendemos muchos la educación más allá de leyes, currículos y tópicos; la educación como algo que trasciende a la mera transmisión de conocimientos. Cuánta razón tiene cuando dice que:

"Los jóvenes nos están llamando. Nos piden que pensemos, sintamos, soñemos, lloremos y riamos, suframos, estudiemos, "caminemos"... a su lado. Démoslo todo por ellos. De 100 igual "salvamos" 90, p.e., pero no podemos consentir que pasen desapercibidos por nuestras vidas, que no seamos "huella" en sus vidas... Tenemos que acompañarlos, en lo bueno y menos bueno, pero siempre pensando que... "puede ser" que consigamos doblegar su "rocoso corazón". No dudemos en "estar siempre ahí", en ser sus confidentes, pero también sus "educadores -preventivos-", que saben leer las amenazas de la vida y ser los centinelas que avisan de los problemas que acechan a sus vidas."

Y es que no hay otra forma de educar que estar convencido de que todos y cada uno de nuestros alumnos (o hijos) tienen algo que aportar, tienen algo especial que mostrar, algún talento que compartir. Por eso debemos cambiar nuestra manera de enseñar, nuestra manera de relacionarnos con los chavales con los que compartimos el día a día, con los que reímos y lloramos, a los que enseñamos y nos enseñan..., es decir, a los que amamos. Porque no hay mayor acto de amor que educar.

Pero no debemos olvidar que ese acto de amor no se produce de manera "mágica" sino que es el resultado de saber aplicar los recursos pedagógicos y didácticos adecuados en los momentos precisos. Imaginemos que un educador es un pianista. Para que suene una música hermosa, sus dedos deben tocar las teclas adecuadas, en el momento idóneo, a la intensidad correcta, al ritmo pertinente... el pianista debe tener una técnica muy precisa pero al mismo tiempo una intensidad emocional y una sensibilidad especial. Lo mismo sucede con un educador.

Me gustaría acabar con las palabras de Ray Bradbury: "Acuérdense del pianista cuando decía que si no practicaba un día, se daba cuenta él; si no practicaba dos días, se percataban los críticos; y al cabo de tres días, se daba cuenta el público." No dejes de innovar, de formarte, de buscar nuevos caminos, nuevos retos... si no tus alumnos se darán cuenta.
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Educar contra la indiferencia

lunes, 6 de abril de 2015
"Algo les pasa a los demás, pero no a nosotros. No puede sucedernos a nosostros: esta es una sensación conocida, provocada por nuestra comprensión del mundo humano tecnológico y virtual." Leonidas Donskis

El pasado mes de marzo salió publicado el libro de Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis: Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. En él, los autores dialogan sobre la cotidiana insensibilidad al sufrimiento de los demás, es decir, sobre la actitud de indiferencia que provoca lo que acontece en el mundo. Permanecemos insensible a las injusticias, al sufrimiento de aquellos que nos rodean, lo percibimos como "normal" y eso nos limita como seres humanos y hace de nuestra sociedad un lugar donde el mal es considerado como algo cotidiano.

La educación que impartimos en nuestras escuelas es cómplice de la ceguera moral de la sociedad. Por eso, necesitamos una educación que no levante barreras, una educación que ayude a construir la identidad (individual y social) de los jóvenes. Para ello es necesario que la educación deje de lado la transmisión de contenidos de usar y tirar, que deje de considerar a los alumnos como "consumidores" de la educación y se centre en aquello que les permita ser autónomos, participantes activos de su aprendizaje.

La educación debe recuperar la transmisión de valores que hace que las personas tengamos un perfil moral que nos permita ser conscientes del sufrimiento de los demás y no vivirlo como si se tratara de una realidad virtual que no nos atañe. Ser sensibles al sufrimiento de los demás nos da la posibilidad de actuar contra aquellos que lo causa.

La educación debe permitir que los alumnos exploren, examinen y comprendan el mundo que les rodea, no debe transmitirles una idea predeterminada de la realidad para que la memoricen y sean capaces de recitar sus aprendizajes. La educación debe alejarles de la visión del mundo como algo irreal para dotarlos de las herramientas que les permitan luchar contra la indiferencia por las injusticias.

Bauman y Donskis afirman que "la tecnología ha superado a la política". Todo indica que, si no lo evitamos a base de recuperar la sensatez, la tranquilidad y el pensar las cosas dos veces, pronto podremos afirmar que "la tecnología ha superado a la educación". Está en nuestras manos que eso no ocurra, que lo que suceda es que la tecnología ayude a optimizar la educación, a mejorarla y, aunque pueda parecer paradójico, a hacerla más humana.

Es evidente que la educación formal debe ser capaz de formar buenos ingenieros, médicos, abogados, matemáticos... pero es fundamental que, sobre todo, forme buenas personas, personas moralmente implicadas en la mejora del mundo en el que vivimos. Debemos transformar la educación de la precariedad y de la indiferencia, en la educación de la posibilidad y de la colaboración. O lo que es lo mismo, debemos educar para la autonomía y el espíritu crítico formando personas capaces de vivir con dignidad, ilusión y esperanza en un mañana mejor.
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La educación sincera

lunes, 2 de diciembre de 2013
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, lsinceridad es "Sencillez, veracidad, modo de expresarse libre de fingimiento". ¿Existe una definición mejor de la labor docente?

En el mundo actual, donde las relaciones (entre las personas o entre colectivos) son muy complejas, la sinceridad no es un valor demasiado apreciado. La complejidad, la mentira, el modo de expresarse más conveniente a nuestros intereses marcan el día a día de las relaciones sociales.

El fruto de la falta de sinceridad en la sociedad actual es: corrupción política, búsqueda del éxito fugaz y del enriquecimiento fácil, aumento de las desigualdades sociales, deseo de aparentar lo que no se es y, lo que es aún peor, millones de jóvenes sin estudio ni trabajo.

Por este motivo, hoy quiero reivindicar el valor de la sinceridad en la educación. La sinceridad genera confianza y esto es fundamental en las relaciones que se establecen en los procesos de enseñanza/aprendizaje. Hay que ser sincero con los demás (alumnos, compañeros de claustro, familias...) pero sobre todo hay que ser sincero con uno mismo: es la única manera de desarrollar adecuadamente nuestra labor profesional.

Debemos tener siempre presente que "Mejor que con palabras la sinceridad se muestra con acciones." (William Shakespeare). Por este motivo los docentes no solo deben decir la verdad sino también actuar conforme a ella. El docente que tiene siempre presentes las necesidades de los alumnos como motor para su labor es un docente sincero y los vínculos que se crean entre docente y discente son mucho más fuertes.

"Con el tiempo es mejor una verdad dolorosa que una mentira útil." (Baltasar Gracián). Yo no creo, como pretenden algunos, que todos los niños puedan ser Einstein, ni falta que hace. Orientar adecuadamente a los alumnos en base al tipo de inteligencia en el que demuestran más capacidad, es una tarea fundamental en la educación del siglo XXI. Si educamos con sinceridad evitaremos falsas expectativas que solo pueden acabar en frustración y, en consecuencia, reduciremos el absentismo y el "fracaso" escolar: educaremos personas más felices y capaces de participar críticamente en su entorno social.

Estoy convencido de que una educación basada en la sinceridad mejora los resultados educativos de nuestros alumnos y nos ayuda a desarrollar de manera más rica nuestra labor docente... lo creo sinceramente.
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¿Por qué tengo que educar en valores además de enseñar matemáticas?

lunes, 18 de noviembre de 2013
Hay que tener valor para educar en valores.

En un post de hace algún tiempo hablé de la importancia de la educación en valores y expliqué los 10 valores que considero fundamentales para educar en las escuelas del siglo XXI. Hoy pretendo reflexionar sobre por qué, para qué y cómo educar en valores.

Aún hoy muchos docentes tienen miedo y reparo a educar en valores, sienten que su única labor es la de instruir a los alumnos, es decir, enseñarles contenidos de las distintas materias que marcan los currículos: matemáticas, física, literatura... Piensan que la educación en valores es responsabilidad exclusiva de las familias, que forman parte del ámbito privado de las personas.

Pero en el mundo de incertidumbre en el que vivimos donde los contenidos no son permanentes, donde la información se genera a velocidades de vértigo, donde el cambio y la innovación continuas son la clave del aprendizaje... ¿tiene sentido solo instruir a nuestros alumnos?

En una sociedad donde los valores están en crisis, donde se persigue el enriquecimiento fácil, el éxito vacío... ¿podemos permitirnos el lujo de no educar en valores a nuestros alumnos?

La educación debe tener como objetivo la formación integral de la persona, debe trabajar tanto el aspecto personal o individual como el social o colectivo. Esa es función tanto de la familia como de la escuela. Por ello es muy importante que los centros educativos sean coherentes en los valores que trabajen y que las familias los conozcan y los compartan. No hay nada más "neurótico" para un niño (o para un joven) que recibir mensajes contradictorios, en lo que se refiere a valores, entre la escuela y la familia: en el colegio me dicen que eso está bien, en casa me dicen que está mal.

El otro día escuché decir al filósofo Francesc Torralba, en una jornada sobre El deporte como motor de valores organizada por la Fundació Bofill, que los valores se transmiten con continuidad, ejemplaridad y en actividades humanas. Educar en valores tiene que ser un trabajo constante, tiene que ser vivencial (de valores no se habla, se actúa), tienen que haber una coherencia total entre lo que se hace y el cómo se hace (no puedo estar hablando del respeto a los demás, mientras grito a mis alumnos para que se callen) y, lo que me parece aún más importante, el trabajo en valores debe ser intencional (programado, evaluado...).

La educación en sí misma no es garante de una transmisión adecuada de valores, es más, según cómo se actúe pueden transmitirse contravalores. Pero la educación es un medio privilegiado para formar personas que respeten los valores humanos, es decir, aquellos que hemos aceptado como válidos por acuerdo el conjunto de los hombres y mujeres. Durante mucho tiempo la educación en valores ha estado muy vinculada a la enseñanza religiosa, hoy es absolutamente necesario que todos eduquemos en valores para conseguir una sociedad más equitativa, más justa, más respetuosa... una sociedad mejor.
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Los 7 pecados capitales en la educación

martes, 2 de abril de 2013
Durante los días de vacaciones de Semana Santa encontré una noticia que llamó mi atención: Personajes de Bob Esponja se inspiraron en los siete pecados capitales. Busqué un poco por internet y descubrí que ya hace tiempo que corre por YouTube:


A partir de aquí empecé a reflexionar sobre el hecho de que educar es un proceso que nace, crece, se reproduce y muere, para volver a empezar el ciclo de manera continua y permanente, es decir, la educación se comporta como un ser vivo, más concretamente como un ser humano, pues en ella se reflejan las virtudes y los defectos de las personas.
Dicho de otra forma, cualquier proceso educativo corre el riesgo de caer en alguno de los 7 pecados capitales que señala la tradición cristiana.

De los 7 pecados que todos conocemos (pereza, gula, avaricia, envidia, ira, soberbia y lujuria), 6 de ellos tienen una incidencia directa en la educación y uno, la lujuria, no. Por ese motivo permitidme que cambie lujuria por desánimo.

Pereza. Puede afectar a cualquiera de los elementos que participan en los procesos educativos. La solemos relacionar con los alumnos, a los que casi siempre solemos ponerles la etiqueta (no siempre justa) de vagos. Pero mucho más grave es cuando este pecado afecta a los docentes y estos sienten desgana y desánimo en su quehacer diario. Ni qué decir tiene que este pecado también afecta a los legisladores educativos.
Gula. Afecta a un gran número de docentes, se identifica con la glotonería, con el consumo excesivo de conceptos y datos educativos. Estos docentes, de manera irracional, obligan a sus alumnos a convertirse en "obesos intelectuales", ofreciéndoles "grandes comilonas" en forma de lecciones magistrales con todos tipo de cifras, fechas, listas de nombres y efemérides.
Avaricia. Son los legisladores educativos los más afectados por este pecado capital. Pensar en sus intereses personales o de partido y no en el interés general de la ciudadanía es una de las formas más evidentes en las que se muestra este pecado. También algunos (pocos según creo) claustros que anteponen intereses económicos por delante de criterios pedagógicos.
Envidia. Este pecado afecta de manera directa al trabajo en equipo, indispensable para educar en centros educativos del nivel que sea. El mejor horario del compañero, las simpatías que despierta entre los alumnos, el éxito de sus métodos innovadores... pueden ser causa de celos que impiden colaborar y compartir, dos verbos imprescindibles en educación.
Ira. La agresividad, el deseo de venganza, la intolerancia, la discriminación, el resentimiento son los síntomas más evidentes de este pecado capital. No debe confundirse con la reivindicación legítima de derechos ni con la lucha por mejores condiciones de los centros educativos públicos.
Soberbia. Nos puede afectar a cualquiera sin darnos cuenta. A veces creemos que nuestra manera de hacer las cosas, nuestra forma de enseñar, nuestra manera de comportarnos es la única manera de hacer bien las cosas. Eso nos hace estar cerrados en nosotros mismos y no ser capaces de innovar y probar nuevas maneras de enseñar. (No dedicaré ni un segundo a comentar la soberbia de nuestros dirigentes educativos... no diría cosas demasiado elegantes y el silencio es más que significativo).
Desánimo. Es el pecado más grave para docentes y alumnos. Cuando la realidad educativa no se adapta a los intereses de la sociedad, cuando intentamos educar a personas del siglo XXI con modelos metodológicos del siglo XIX, el desánimo es el pecado más grande pues nos impide realizar nuestra tarea de educadores.

Para finalizar, me gustaría decir que todo pecado tiene como contrapartida una virtud. Estas son las 7 virtudes que deben dirigir los procesos educativos: diligencia, templanza, generosidad, solidaridad, paciencia, humildad y entusiamo. 
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Creatividad en la escuela: McDonald's o Ferran Adrià

lunes, 7 de mayo de 2012
Todos hemos oído alguna vez la sentencia de Sir Ken Robinson: "la escuela mata la creatividad", pero a mí me gusta matizar que es la mala praxis en las aulas lo que mata la creatividad y no la escuela como institución. Quiero creer en una escuela que potencie lo diferente, lo nuevo, la adaptación al cambio... porque si no fuera esto posible, la escuela sería algo parecido a una especie de cadena de montaje donde se construye siempre el mismo modelo de niño.

Hoy en día hay que ser muy valiente para dedicarse a la educación. Todas las circunstancias son contrarias para estar cada día intentando educar a unos niños, a unos adolescentes o a unos jóvenes: recortes por parte de la administración, una progresiva devaluación de la profesión docente en lo que se refiere a su prestigio social, un cambio social (digitalización, crisis económica...) que parece habernos pillado a contrapié.

Las propias características del sistema educativo actual han provocado unas nuevas condiciones en el hecho de educar. Ahora estamos en un sistema de educación por compentencias, lo que ha acabado con el concepto de educación como mera instrucción. Cuando la transmisión de conceptos, de información, ya no son el eje principal, educamos a nuestros alumnos para que aprendan a dar valor a conductas y comportamientos que les permitirán adaptarse a los cambios, a aprender de forma autónoma durante toda su vida.

Además, en nuestra sociedad hay una crisis de valores tan profunda como la crisis económica que nos ahoga, como magistralmente muestra Quino con sus ilustraciones:

Por todo esto es tan importante la educación en valores y, en particular, la creatividad como valor motor de la educación.

La escuela actual sigue el modelo McDonald's: busca la uniformidad de las repuestas y de los pensamientos (el conductismo sería la muestra más evidente); es la escuela de los exámenes tipo test, que pueden corregirse con plantilla; es la escuela de lo que llamo "niños Bob Esponja" porque se empapan de datos y conceptos; es la escuela de la impaciencia, de lo superficial, de la prisa por completar el temario; es una escuela que llena, pero que no alimenta ni hace disfrutar.

La escuela creativa debería seguir el modelo Ferran Adrià: una escuela competencial, donde el proceso es tan o más importante que el resultado final; es la escuela donde se valora la diferencia, la búsqueda de nuevos caminos, el emprendedor; es la escuela de la enseñanza individualizada, de la educación emocional, de la educación en valores, de la paciencia, de la profundidad; es una educación que alimenta el espíritu y hace disfrutar los sentidos.

Si la escuela no puede ser así... ¿qué sentido tiene?
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